jueves, 1 de septiembre de 2011

Sábado, 10 de Septiembre de 2011

EL CURA PREDICA PERO……”




PRIMERA LECTURA
PRIMERA DE TIMOTEO 1,15-17




“VINO AL MUNDO PARA SALVAR A LOS PECADORES”

Esto es muy cierto, y todos deben creerlo: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero Dios tuvo misericordia de mí, para que Jesucristo mostrara en mí toda su paciencia. Así yo vine a ser ejemplo de los que habían de creer en él para obtener la vida eterna. ¡Honor y gloria para siempre al Rey eterno, al inmortal, invisible y único Dios! Amén.

REFLEXIÓN
En el breve texto de la primera lectura de hoy encontramos que Pablo se declara por dos veces "el primero". Se considera el primero entre los pecadores y el primero entre los signos de la misericordia de Dios, una especie de ejemplo que invita a la fe.
Y como Dios hizo de él un signo de misericordia, con eso mismo lo hizo un instrumento de misericordia a través de la misión en la predicación. Aquel que ha sido compadecido no tiene más que predicar sino su propia historia. La compasión divina es tan poderosa, en efecto, que hace que nuestro pasado sea un lenguaje en el que ya no se lee ruina sino construcción maravillosa; ya no la herida sino el relato de su curación; ya no hay pecado sino el penetrante y dulce aroma de la gracia.
Que nuestro rostro, que nuestro comportamiento sea siempre una invitación a que otros saboreen la misericordia de Dios, y en la profundidad del amor, encuentren la seriedad de la alegría.

SALMO RESPONSORIAL: 112
R. / Bendito sea el nombre del Señor por siempre.

LECTURA DEL EVANGELIO
LUCAS 6,43-49




"¿POR QUÉ ME LLAMAN SEÑOR, SEÑOR, Y NO HACEN LO QUE DIGO?"




No hay árbol bueno que pueda dar fruto malo, ni árbol malo que pueda dar fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto: no se cosechan higos de los espinos, ni se recogen uvas de las zarzas. El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en su corazón. Pues de lo que abunda en su corazón habla su boca.
"¿Por qué me llaman ustedes, 'Señor, Señor', y no hacen lo que les digo? Voy a decirles a quién se parece el que viene a mí y me oye y hace lo que digo: se parece a un hombre que para construir una casa cavó primero bien hondo, y puso la base sobre la roca. Cuando creció el río, el agua dio con fuerza contra la casa, pero ni moverla pudo, porque estaba bien construida. Pero el que me oye y no hace lo que digo, se parece a un hombre que construyó su casa sobre la tierra y sin cimientos; y cuando el río creció y dio con fuerza contra ella, se derrumbó y quedó completamente destruida."

REFLEXIÓN
Estamos ubicados en el capítulo 6, que inicia con la polémica de Jesús por el precepto del sábado, y concluye con una serie de comparaciones que nos proponen una nueva forma de relacionarnos con Dios Padre. Esta nueva forma de encuentro con Dios va más allá de las normas y leyes; está mediatizada por la persona y sus circunstancias.
El texto de hoy nos propone hoy dos comparaciones complementarias, que apuntan a dos actitudes fundamentales en el discípulo del Reino. La comparación del árbol y los frutos, que es reiterativa en el Nuevo Testamento, apunta a la radicalidad de vida que compromete a los seguidores de Jesús. Al centro de este ejemplo está nuestro corazón. Un corazón sano es capaz de generar los valores, actitudes, sentimientos y compromisos que requiere la propuesta del maestro de Nazaret.
El ejemplo de la casa construida sobre roca, es la puesta en práctica de la radicalidad que exige Jesús. Ya no bastan sólo las palabras… “¡Señor, Señor!”; esta expresión tendrá que ser cargada de sentido y de vida. Nuestra tarea consiste en poner en la base de nuestra vida la Palabra de Dios, es decir a la persona y las enseñanzas de Jesucristo. Entonces así, nuestras obras serán buenas y edificantes, porque “de lo que hay en el corazón” habla la vida.




PARA REFLEXIONAR
1. ¿Cuál es la calidad de mi corazón?
2. Mi casa, ¿está construida sobre una roca?

ORACIÓN
Siento dentro de mi, Señor, un profundo deseo de vivir. Ni los sufrimientos, ni las penas, ni los fracasos en la oscuridad de este mundo podrán impedir que hoy vuelva a dar mi “si” a la vida. Asumo ante Ti, mi Dios, el compromiso de contagiar al mundo de mi alegría. Amén.

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