viernes, 1 de abril de 2011

Sábado, 2 de abril de 2011

“LA HUMILDAD CLAVE DEL DISCIPULADO”

PRIMERA LECTURA

OSEAS 6,1-6

“QUIERO MISERICORDIA Y NO SACRIFICIOS”

Vengan todos y volvámonos al Señor. Él nos destrozó, pero también nos sanará; nos hirió, pero también nos curará. En un momento nos devolverá la salud, nos levantará para vivir delante de él. ¡Esforcémonos por conocer al Señor! El Señor vendrá a nosotros, tan cierto como que sale el sol, tan cierto como que la lluvia riega la tierra en otoño y primavera. La respuesta del Señor Dice el Señor: "¿Qué haré contigo, Efraín? ¿Qué haré contigo, Judá? El amor que ustedes me tienen es como la niebla de la mañana, como el rocío de madrugada, que temprano desaparece. Por eso los he despedazado mediante los profetas; por medio de mi mensaje los he matado. Mi justicia brota como la luz. Lo que quiero de ustedes es que me amen, y no que me hagan sacrificios; que me reconozcan como Dios, y no que me ofrezcan holocaustos


REFLEXIÓN: El profeta nos recuerda que Dios conoce el corazón de los hombres, sabe quien lo busca sinceramente y quien no. El discurso puesto en boca del pueblo pareciera una actitud de conversión a tener en cuenta como válida y duradera, pero el Profeta la denuncia como falsa y efímera. Miremos con calma la palabra que nos da. Ante todo esa "misericordia" es una palabra hebrea de no fácil traducción. Es la famosa "jésed" que significa también "lealtad", "fidelidad", "piedad" y "gracia"... Indica la dulzura de un lenguaje común, algo así como esa atmósfera de entendimiento en el amor que tienen quienes comparten unas mismas convicciones, unos mismos afectos, es decir: los que están en comunión. Cuando el Señor dice: "yo quiero jésed y no sacrificios", está refiriéndose a esa relación entrañable de proximidad y amor. Los "sacrificios" son un modo de establecer un pacto con Dios, un modo de negociar con él. Y eso es detestable para quien quiere que exista una atmósfera de amor y comunión. El sacrifico y el holocausto tienen una lógica que puede volverse ciega y mezquina en su repetición: hago esto y Dios hará aquello. Es preciso estar conscientes, darse cuenta de quién es el que nos llama y con quién estamos tratando. No es una ley anónima, no es una energía sin nombre, no es destino ciego: es el Dios vivo y verdadero y hay que saber quién es Él y qué quiere para agradarle y vivir la "jésed" que Él espera de nosotros.


SALMO RESPONSORIAL: 50 R: Quiero misericordia y no sacrificios.


LECTURA DEL EVANGELIO

LUCAS 18,9-14

“EL PUBLICANO REGRESÓ A SU CASA JUSTIFICADO, EL FARISEO NO”

Jesús contó esta otra parábola para algunos que, seguros de sí mismos por considerarse justos, despreciaban a los demás: "Dos hombres fueron al templo a orar: el uno era fariseo, y el otro era uno de esos que cobran impuestos para Roma. El fariseo, de pie, oraba así: 'Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, malvados y adúlteros, ni como ese cobrador de impuestos. Yo ayuno dos veces a la semana y te doy la décima parte de todo lo que gano.' Pero el cobrador de impuestos se quedó a cierta distancia, y ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: '¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!' Les digo que este cobrador de impuestos volvió a su casa ya justo, pero el fariseo no. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido."


REFLEXIÓN Los “fariseos” de ahora, ¡qué parecidos son a los de antes! “Se sienten seguros de sí mismos y desprecian a los demás”. Son así, ¿por qué? Por las posesiones multiplicadas, por las cuentas bancarias abultadas, por la ambición y el poder político, por los títulos académicos acumulados… Desde ahí nace la ostentación, la altanería, y naturalmente el desprecio de los demás. El evangelio de hoy nos dice: ¡No! Ante Dios no podemos llegar con orgullo, haciendo alarde de nuestras capacidades mundanas, despreciando a los que “tienen” menos. Es preciso reconocer ante sí y ante Dios nuestra pequeñez, y que estamos dispuestos a transformarnos y a hacer el bien, multiplicando solidaridad, construyendo igualdad, demostrando con gestos visibles y concretos fraternidad. Jesús sabía muy bien que, para que acaeciera el Reino, Dios había elegido a los pequeños. Y desde esa pequeñez, pobreza y humildad, nacían las expresiones más bellas de solidaridad y de entrega. Desde lo pequeño es como si Ël actuará en la historia. Por eso, al arrogante lo humillará; mientras que al humilde lo exaltará. Mediante la parábola del fariseo y el publicano, se nos invita a discernir el verdadero espíritu que anima nuestra oración. ¿Eres arrogante? ¿O bien eres humilde?


PARA REFLEXIONAR:

1. ¿En qué se asemeja y se distingue la actitud del fariseo y el publicano?

2. ¿Cuáles actitudes de fariseo y de publicano encuentro en mi vida de relación con Dios? ¿Cómo hacer para mejorar?

3. ¿Me comparo frecuentemente con los demás para poder justificar mi manera de obrar? ¿Qué me pide Jesús al respecto?


ORACIÓN Señor Jesús, te damos gracias por tu Palabra, a través de ella nos damos cuenta que todos somos seres humanos semejantes, con debilidades y pecado, y que sólo por tu infinita misericordia hemos recibido la gracia de tu perdón y la dignidad de ser hijos de Dios, no permitas que caigamos en la tentación de creernos mejores y superiores a los demás, permítenos ser humildes como Tú. Amén.

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