“CREO QUE JESÚS MURIÓ Y RESUCITÓ”
PRIMERA LECTURA
LAMENTACIONES 3,27-26
De mí se ha alejado la paz y he olvidado ya lo que es la dicha. Hasta he llegado a pensar que ha muerto mi firme esperanza en el Señor. Recuerdo mi tristeza y soledad, mi amargura y sufrimiento; me pongo a pensar en ello y el ánimo se me viene abajo. Pero una cosa quiero tener presente y poner en ella mi esperanza: El amor del Señor no tiene fin, ni se han agotado sus bondades. Cada mañana se renuevan; ¡qué grande es su fidelidad! Y me digo: ¡El Señor lo es todo para mí; por eso en él confío! El Señor es bueno con los que en él confían, con los que a él recurren. Es mejor esperar en silencio a que el Señor nos ayude.
REFLEXIÓN
El libro de las Lamentaciones es una recopilación de cinco poemas llenos de dolor por la destrucción de Jerusalén y la muerte de sus habitantes.
Seguramente se escribió en el período posterior al exilio de Babilonia. La caída de Jerusalén y la destrucción del templo son el momento más trágico de la historia del Antiguo Testamento. Las promesas de Dios parece que se hubieran convertido en enemigo de Israel. Ante esta situación el autor del texto se siente hundido en el dolor y lo expresa con toda crudeza. Después reflexiona y a la vez que reconoce el pecado con que el pueblo ha vivido, acepta que ante Dios lo único que puede hacer es esperar: esperar que el Dios fiel vuelva a mostrarse, y decirle su confianza. El fragmento de hoy es una buena síntesis de estos sentimientos; primero, la manifestación del dolor expresado sin quitarle nada, el dolor crudo que está sintiendo y después “trae a la memoria” todos aquellos sentimientos que motivan a “esperar en silencio” que el Señor vuelva a mostrar su bondad.
SALMO RESPONSORIAL: 129
R. Espero en el Señor, espero en su palabra.
SEGUNDA LECTURA
ROMANOS 6,3-9
¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre.
Si nos hemos unido a Cristo en una muerte como la suya, también nos uniremos a él en su resurrección. Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con Cristo, para que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado. Porque, cuando uno muere, queda libre del pecado. Si nosotros hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, habiendo resucitado, no volverá a morir. La muerte ya no tiene poder sobre él.
LAMENTACIONES 3,27-26
De mí se ha alejado la paz y he olvidado ya lo que es la dicha. Hasta he llegado a pensar que ha muerto mi firme esperanza en el Señor. Recuerdo mi tristeza y soledad, mi amargura y sufrimiento; me pongo a pensar en ello y el ánimo se me viene abajo. Pero una cosa quiero tener presente y poner en ella mi esperanza: El amor del Señor no tiene fin, ni se han agotado sus bondades. Cada mañana se renuevan; ¡qué grande es su fidelidad! Y me digo: ¡El Señor lo es todo para mí; por eso en él confío! El Señor es bueno con los que en él confían, con los que a él recurren. Es mejor esperar en silencio a que el Señor nos ayude.
REFLEXIÓN
El libro de las Lamentaciones es una recopilación de cinco poemas llenos de dolor por la destrucción de Jerusalén y la muerte de sus habitantes.
Seguramente se escribió en el período posterior al exilio de Babilonia. La caída de Jerusalén y la destrucción del templo son el momento más trágico de la historia del Antiguo Testamento. Las promesas de Dios parece que se hubieran convertido en enemigo de Israel. Ante esta situación el autor del texto se siente hundido en el dolor y lo expresa con toda crudeza. Después reflexiona y a la vez que reconoce el pecado con que el pueblo ha vivido, acepta que ante Dios lo único que puede hacer es esperar: esperar que el Dios fiel vuelva a mostrarse, y decirle su confianza. El fragmento de hoy es una buena síntesis de estos sentimientos; primero, la manifestación del dolor expresado sin quitarle nada, el dolor crudo que está sintiendo y después “trae a la memoria” todos aquellos sentimientos que motivan a “esperar en silencio” que el Señor vuelva a mostrar su bondad.
SALMO RESPONSORIAL: 129
R. Espero en el Señor, espero en su palabra.
SEGUNDA LECTURA
ROMANOS 6,3-9
¿No saben ustedes que, al quedar unidos a Cristo Jesús en el bautismo, quedamos unidos a su muerte? Pues por el bautismo fuimos sepultados con Cristo, y morimos para ser resucitados y vivir una vida nueva, así como Cristo fue resucitado por el glorioso poder del Padre.
Si nos hemos unido a Cristo en una muerte como la suya, también nos uniremos a él en su resurrección. Sabemos que lo que antes éramos fue crucificado con Cristo, para que el poder de nuestra naturaleza pecadora quedara destruido y ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado. Porque, cuando uno muere, queda libre del pecado. Si nosotros hemos muerto con Cristo, confiamos en que también viviremos con él. Sabemos que Cristo, habiendo resucitado, no volverá a morir. La muerte ya no tiene poder sobre él.
REFLEXIÓN
El texto que nos regala la liturgia se comprende mejor si se piensa en el bautismo primitivo cuando se usaba en el rito de la inmersión: el signo de sumergirse en el agua y salir de ella expresa muy bien lo que sucede a través de este rito: el hombre se une a Cristo sepultado en la muerte y resucitado de entre los muertos. Eso tiene una primera consecuencia: esta unión con Cristo trae un cambio en el modo de vivir. El que se ha unido conscientemente con Él, ciertamente querrá vivir del modo más parecido, sin pecado. Y esta unión tiene una segunda consecuencia que es vivir con Él más allá de la muerte. El cristiano cree que Jesús ha resucitado y vive para siempre, y por eso cree también que el que se ha sumergido con El en la muerte vivirá también por siempre.
El texto que nos regala la liturgia se comprende mejor si se piensa en el bautismo primitivo cuando se usaba en el rito de la inmersión: el signo de sumergirse en el agua y salir de ella expresa muy bien lo que sucede a través de este rito: el hombre se une a Cristo sepultado en la muerte y resucitado de entre los muertos. Eso tiene una primera consecuencia: esta unión con Cristo trae un cambio en el modo de vivir. El que se ha unido conscientemente con Él, ciertamente querrá vivir del modo más parecido, sin pecado. Y esta unión tiene una segunda consecuencia que es vivir con Él más allá de la muerte. El cristiano cree que Jesús ha resucitado y vive para siempre, y por eso cree también que el que se ha sumergido con El en la muerte vivirá también por siempre.
LECTURA DEL EVANGELIO
JUAN 14, 1-6
JUAN 14, 1-6
“EN LA CASA DE MI PADRE HAY MUCHAS HABITACIONES Y YO LES ESTOY PREPARANDO LA SUYA”
"No se angustien ustedes. Crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchos lugares donde vivir; si no fuera así, yo no les hubiera dicho que voy a prepararles un lugar. Y después de irme y de prepararles un lugar, vendré otra vez para llevarlos conmigo, para que ustedes estén en el mismo lugar en donde yo voy a estar. Ustedes saben el camino que lleva a donde yo voy."
Tomás le dijo a Jesús:
--Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?
Jesús le contestó:
--Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre.
REFLEXIÓN
Los que nos han precedido, nos han dejado una herencia vivida en el amor y en la fe, en el sacrificio y en el trabajo. Por eso, celebrar hoy la conmemoración de los fieles difuntos es la manifestación fraterna de nuestra solicitud cristiana y de nuestro agradecimiento por nuestros seres queridos. El sacrificio de Cristo en la cruz, nos alcanza la salvación, abre a ellos y a nosotros la esperanza de la vida eterna. El apóstol Pablo nos anuncia hoy un mensaje de alegría, de esperanza y victoria; ante la muerte, Pablo no quiere que vivamos tristes y desconsolados como los que no tienen esperanza. Para un cristiano la muerte no puede ser el final, sino el comienzo de una vida nueva, pues tiene la absoluta certeza de que Dios le concede participar de la muerte de Jesús para resucitar victorioso con Él.
“Muchos dicen que soy un ser para la muerte, los filósofos dicen que soy un ser para la nada, pero mi fe tiene una razón: ¡yo creo que Jesús murió y resucitó!”
Hoy es una noticia consoladora saber que si participamos de la muerte de Cristo, también participaremos un día de su gloriosa resurrección. San Pablo le reprocha a la comunidad de Corinto y nos sigue reprochando a nosotros fuertemente: “si se proclama que Cristo resucitó de la muerte, ¿cómo algunos de ustedes siguen diciendo que no hay resurrección de los muertos?” (1 de corintios 15,12). Recordamos en este día con afecto y gratitud a todos nuestros seres queridos difuntos con la feliz esperanza de que un día nos encontraremos todos en el gran banquete del Reino de Dios.
No es que estemos festejando el dominio de la muerte en nuestras vidas, como si la muerte fuera el destino último de la humanidad, como si la muerte tuviese la última palabra; el evangelio de este día nos confirma, a través de la resurrección de Jesús, que la vida está por encima de la muerte. La vida es el destino de la humanidad, pues es el querer de Dios, es su proyecto; y es este proyecto el que Jesús vivió y proclamó: que todos y todas tuviéramos vida abundante y digna. Los que presenciaban la agonía de Jesús en la cruz creían que era la derrota de un hombre y de un proyecto, no la donación de una vida a favor de la humanidad; el único que confiesa la acción salvífica de Dios efectuada en Jesús es el centurión romano: Realmente este hombre era Hijo de Dios; esta confesión nos lleva a afirmar que la muerte, y con ella todos los sistemas que ciegan la vida, es derrotada. Por lo tanto, la fe que confesamos debe estar apoyada por verdaderas acciones que defiendan la vida, tal como lo hizo Jesús de Nazaret.
PARA REFLEXIONAR
1. ¿Cuál puede ser el sentido bíblico de esta fiesta?
2. ¿Qué es para mí el camino, la verdad y la vida?
3. ¿Pienso al final de mi vida en un encuentro profundo de amor con Dios?
ORACIÓN
Bendito Dios de amor, hacemos hoy un acto de acción de gracias por el recuerdo de los que han realizado su pascua de este mundo a una dimensión plena. Se nos han adelantado, pero declaramos que el amor por ti y por ellos nada i nadie lo arrancará de nuestro corazón. En fe esperamos llegar a su encuentro para juntos gozar de la alabanza eterna a Ti, confesando como Pablo que la muerte fue vencida: “Dónde estará oh muerte tu aguijón….” 1 Co.15. ¡Oh amado Jesús cuánto esperamos este momento tan único y especial!
Tomás le dijo a Jesús:
--Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?
Jesús le contestó:
--Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre.
REFLEXIÓN
Los que nos han precedido, nos han dejado una herencia vivida en el amor y en la fe, en el sacrificio y en el trabajo. Por eso, celebrar hoy la conmemoración de los fieles difuntos es la manifestación fraterna de nuestra solicitud cristiana y de nuestro agradecimiento por nuestros seres queridos. El sacrificio de Cristo en la cruz, nos alcanza la salvación, abre a ellos y a nosotros la esperanza de la vida eterna. El apóstol Pablo nos anuncia hoy un mensaje de alegría, de esperanza y victoria; ante la muerte, Pablo no quiere que vivamos tristes y desconsolados como los que no tienen esperanza. Para un cristiano la muerte no puede ser el final, sino el comienzo de una vida nueva, pues tiene la absoluta certeza de que Dios le concede participar de la muerte de Jesús para resucitar victorioso con Él.
“Muchos dicen que soy un ser para la muerte, los filósofos dicen que soy un ser para la nada, pero mi fe tiene una razón: ¡yo creo que Jesús murió y resucitó!”
Hoy es una noticia consoladora saber que si participamos de la muerte de Cristo, también participaremos un día de su gloriosa resurrección. San Pablo le reprocha a la comunidad de Corinto y nos sigue reprochando a nosotros fuertemente: “si se proclama que Cristo resucitó de la muerte, ¿cómo algunos de ustedes siguen diciendo que no hay resurrección de los muertos?” (1 de corintios 15,12). Recordamos en este día con afecto y gratitud a todos nuestros seres queridos difuntos con la feliz esperanza de que un día nos encontraremos todos en el gran banquete del Reino de Dios.
No es que estemos festejando el dominio de la muerte en nuestras vidas, como si la muerte fuera el destino último de la humanidad, como si la muerte tuviese la última palabra; el evangelio de este día nos confirma, a través de la resurrección de Jesús, que la vida está por encima de la muerte. La vida es el destino de la humanidad, pues es el querer de Dios, es su proyecto; y es este proyecto el que Jesús vivió y proclamó: que todos y todas tuviéramos vida abundante y digna. Los que presenciaban la agonía de Jesús en la cruz creían que era la derrota de un hombre y de un proyecto, no la donación de una vida a favor de la humanidad; el único que confiesa la acción salvífica de Dios efectuada en Jesús es el centurión romano: Realmente este hombre era Hijo de Dios; esta confesión nos lleva a afirmar que la muerte, y con ella todos los sistemas que ciegan la vida, es derrotada. Por lo tanto, la fe que confesamos debe estar apoyada por verdaderas acciones que defiendan la vida, tal como lo hizo Jesús de Nazaret.
PARA REFLEXIONAR
1. ¿Cuál puede ser el sentido bíblico de esta fiesta?
2. ¿Qué es para mí el camino, la verdad y la vida?
3. ¿Pienso al final de mi vida en un encuentro profundo de amor con Dios?
ORACIÓN
Bendito Dios de amor, hacemos hoy un acto de acción de gracias por el recuerdo de los que han realizado su pascua de este mundo a una dimensión plena. Se nos han adelantado, pero declaramos que el amor por ti y por ellos nada i nadie lo arrancará de nuestro corazón. En fe esperamos llegar a su encuentro para juntos gozar de la alabanza eterna a Ti, confesando como Pablo que la muerte fue vencida: “Dónde estará oh muerte tu aguijón….” 1 Co.15. ¡Oh amado Jesús cuánto esperamos este momento tan único y especial!
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