domingo, 1 de diciembre de 2013

Lunes 23 de Diciembre de 2013


“LA ENCARNACIÓN ENALTECE Y DIGNIFICA LA VIDA”

PRIMERA LECTURA
MALAQUÍAS 3,1-4.23-24

Os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor
Así dice el Señor: "Mirad, yo envío a mi mensajero, para que prepare el camino ante mí. De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis. Miradlo entrar -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca? Será un fuego de fundidor, una lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví, y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos. Mirad: os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra." Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
El dulce ambiente del pesebre puede ocultarnos el drama inmenso que esconden las pajas, las lágrimas.  Los profetas, en tono como el de Malaquías, hablaron con fuerza y una seriedad infinita sobre la visita de Dios. Y esto es bueno recordarlo para no trivializar la Navidad en el solo despliegue de ternuras humanas y de lazos gratos de antiguas amistades.
Uno puede preguntarse qué pasó. La visita de Dios, el Día del Señor, fue siempre presentado como un acontecimiento terrible y grave. La mansedumbre de Jesús, desde el pesebre mismo, pareciera contradecir todo lo anunciado por los profetas, que nos hablaban de juicio, fuego, conmoción del universo. Por contraste, el que viene es humilde, oculto, más próximo a la ternura que a la dureza. ¿Por qué? Sólo hay dos explicaciones posibles: o Dios cambió sus planes, por así decirlo, o ese "gran día" no ha llegado aún. Una lectura de los textos apocalípticos de los evangelios nos convence de que debemos adoptar la segunda respuesta. El día del fuego, el día de la gran purificación es inseparable de Cristo pero no corresponde al comienzo de su misterio sino a su desenlace, a su gran final, que corresponde a su retorno glorioso.
De esto aprendemos dos cosas. Primera, hay un vínculo profundo que nos une con el judaísmo creyente. De algún modo es cierto que lo que ellos esperan nosotros lo esperamos. El Día grande es objeto de la esperanza judía y de la esperanza cristiana, aunque para nosotros hay una perspectiva y un conocimiento que proviene de la revelación de la Palabra en nosotros.
Segunda cosa que aprendemos: el misterio de Navidad debe ser "completado" con el misterio de la Pascua. El niño está en nuestras manos pero no para hagamos de él lo que nos plazca sino para abrir nuestros corazones con su humildad de modo que toda su salvación se apodere de nosotros y reine en nosotros.
SALMO RESPONSORIAL: 24
R./Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.

Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R.

El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R.

Las sendas del Señor son misericordia y lealtad
para los que guardan su alianza y sus mandatos.
El Señor se confía con sus fieles
y les da a conocer su alianza. R.

LECTURA DE EVANGELIO
LUCAS 1,57-66

El nacimiento de Juan Bautista
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban.
A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: "¡No! Se va a llamar Juan." Le replicaron: "Ninguno de tus parientes se llama así." Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre." Todos se quedaron extrañados.
Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: "¿Qué va a ser este niño?" Porque la mano del Señor estaba con él. Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
Con sencillez y sobriedad Lucas nos relata el nacimiento de Juan como un acontecimiento que produce mucha alegría a amigos y familiares de Zacarías e Isabel. Las felicitaciones eran para la pareja, que de estériles pasaron a ser padre y madre. A los ocho días, en la ceremonia de incorporación al pueblo de Israel, con la circuncisión, el niño recibirá su nombre: Juan, todo un programa de vida y de misión. El nombre lo pondrá la madre, cosa no muy usual en ese tiempo, ya que su padre sigue mudo por la falta de fe que demostró en el anuncio que se le hizo, pero, una vez decidido el nombre, a Zacarías se le suelta la lengua, ya no hay motivo de dudas y él puede ver, plenamente realizado, el milagro que se le anunció. – Sordera y mudez muchas veces van juntas; cuando somos incapaces de oír a Dios, casi siempre nos incapacitamos para hablar con él.  Reflexionemos  hoy : ¿Nos ha preparado este Adviento para escuchar la voz de Dios y sus proyectos? ¿Nos ha preparado para oír lo que tiene planeado con el mundo? ¿Nos ha capacitado para hablar con Él? ¿Hemos crecido en oración y relación con Dios?

ORACIÓN

Bendito Dios, en este nuevo día que tú nos regalas queremos pedirte que a través de la acción de tu Espíritu, por medio de esta tu palabra, tú nos hagas renacer en ti y para ti. Ponemos hoy en tu corazón misericordioso la vida de tantos niños que hoy están naciendo en condiciones tan difíciles, colocamos a muchos médicos, enfermeras, a tantos niños que vienen a la vida lejos de sus padres y sin amor. Muéstranos, Señor la forma correcta de ayudar y mitigar ese dolor y angustia de tantos pequeños, ayúdanos a mostrar a todas las generaciones, que es el tiempo de amar, de perdonar, de regresar a ti, de aceptarte a ti Jesús como nuestro Señor y Salvador. Amén.       

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