martes, 1 de octubre de 2013

Domingo 20 de octubre de 2013

“VIVIR  LA ORACIÓN COMO EXPERIENCIA DE FE”

 PRIMERA LECTURA
ÉXODO 17,8-13:

"Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel"

En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín.
Moisés dijo a Josué: "Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano."
Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte.
Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec. Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado.
Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol.
Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada. Palabra de Dios.

REFLEXIÓN
Como la oración es tan poderosa para transformar y santificar nuestras vidas, no es extraño en absoluto que tenga tantos enemigos. Bien saben esos enemigos que si nos sacan de la oración nos habrán desconectado de la fuente de la gracia. En cierto sentido, todo el ataque del demonio se reduce a que dejemos de orar.
Sin embargo, el demonio no es el único culpable de la pobreza o mediocridad de nuestra oración. De hecho, orar es difícil y en algunos casos heroico. Aparte de las dificultades esperables como sacar el tiempo, formar una disciplina, recoger nuestros pensamientos, hay circunstancias en que sentimos que no tiene caso orar. Es duro orar cuando hay poca fe, pero resulta casi imposible cuando huye la esperanza. Y de eso tratan las lecturas de hoy: historias de gente que perseveró orando cuando las cosas eran adversas y parecía inútil cualquier esfuerzo.
Se puede decir que perseverar en la oración es el arte de no desesperarse. Saber que muchas cosas fallan, que los enemigos son fuertes, que las circunstancias son contrarias y sin embargo, seguir orando. Así obró Moisés, ayudado por sus colaboradores, que le sostenían las manos. Y así también la viuda del texto evangélico que hemos escuchado. Cualquiera diría que ella estaba desperdiciando su tiempo. Así mismo nos sentimos nosotros muchas veces al orar por causas que ya vemos perdidas. Pero logró lo que parecía imposible.

SALMO RESPONSORIAL 120:
R. / Nuestra ayuda está en el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra

El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra. R.

No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa el guardián de Israel. R.

El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche. R.

El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre. R.

OREMOS CON EL SALMO Y ACERQUÉMONOS  A SU CONTEXTO
Canto de confianza segura en el Señor, el único que puede ayudar.  La ayuda material es símbolo de realidades más profundas, intuidas en el “por siempre” con quien termina el salmo.

SEGUNDA LECTURA
2TIMOTEO 3, 14-4, 2

“El hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena
Querido hermano: Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces la sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación.
Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda paciencia y deseo de instruir.  Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
En la segunda lectura Pablo también recomienda a Timoteo ser constante, permaneciendo en lo aprendido en las Sagradas Escrituras, de donde se obtiene la verdadera sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación. El encuentro del cristiano con Dios debe realizarse a través de la Escritura, útil para enseñar, reprender, corregir y educar en la virtud. De este modo estaremos equipados para realizar toda obra buena. El cristiano debe proclamar esta palabra, insistiendo a tiempo y a destiempo, reprendiendo y reprochando a quien no la tenga en cuenta, exhortando a todos, con paciencia y con la finalidad de instruir en el verdadero camino que se nos muestra en ella.


LECTURA DEL EVANGELIO
LUCAS 18, 1-8

“Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan”
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: "Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario."
Por algún tiempo se llegó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara.""
Y el Señor añadió: "Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" Palabra de Dios.

REFLEXIÓN
Jesús propuso esta parábola para invitar a sus discípulos a no desanimarse en su intento
de  implantar el reinado de Dios en el mundo. Para ello deberían ser constantes en la oración, como la viuda lo fue en pedir justicia hasta ser oída por aquél juez que hacía oídos sordos a su súplica. Su constancia llevó al juez a hacer justicia a la viuda, liberándose de este modo de ser importunado por ella.

Esta parábola del evangelio tiene un final feliz, como tantas otras, aunque así no suele suceder  siempre en la vida. Porque, ¿cuánta gente muere sin que se le haga justicia, a pesar de haber estado de por vida suplicando al Dios del cielo? ¿Cuántos mártires esperaron en vano la intervención divina en el momento de su ajusticiamiento? ¿Cuántos pobres luchan por sobrevivir sin que nadie les haga justicia? ¿Cuántos creyentes se preguntan hasta cuándo va a durar el silencio de Dios, cuándo va a intervenir en este mundo de desorden e injusticia legalizada? ¿Cómo permite el Dios de la paz y el amor esas guerras tan sangrientas y crueles, el demencial armamento militar, el derroche de recursos que destruyen el medio ambiente, el hambre, la desigualdad creciente entre países y entre ciudadanos?
En medio de tanto sufrimiento, al creyente le resulta cada vez más difícil orar, entrar en  diálogo con ese Dios a quien Jesús llama “padre”, para pedirle que “venga a nosotros tu reinado”. Desde la noche oscura de ese mundo, desde la injusticia estructural, resulta cada día más duro creer en ese Dios presentado como omnipresente y omnipotente, justiciero y vengador del opresor. O tal vez haya que cancelar para siempre esa imagen de Dios a la que dan poca base  las páginas evangélicas. Porque, leyéndolas, da la impresión de que Dios no es ni omnipotente ni impasible –al menos no ejerce como tal-, sino débil, sufriente,  “padeciente”; el Dios cristiano se revela más dando la vida que imponiendo una determinada conducta a los humanos; marcha en la lucha reprimida y frustrada de sus pobres, y no a la cabeza de los poderosos.

El cristiano, consciente de la compañía de Dios en su camino hacia la justicia y la fraternidad, no debe desfallecer, sino insistir en la oración, pidiendo fuerza para perseverar   hasta implantar su reinado en un mundo donde dominan otros señores. Sólo la oración lo mantendrá en esperanza.
No andamos dejados de la mano de Dios. Por la oración sabemos que Dios está con nosotros. Y esto nos debe bastar para seguir insistiendo sin desfallecer. Lo importante es la constancia, la tenacidad.

ORACIÓN

Señor Jesús, enséñanos a hacer de la oración, toda una experiencia de vida y fe. Permite Señor, que la palabra orante sea confiada e insistente porque creemos en Ti y sabemos que siempre nos escuchas. Ninguna oración es perdida. Tú nos amas, somos tuyos, por eso nos bendices en tu misericordia y nos das siempre lo que necesitamos de acuerdo a tu voluntad, recibe, hoy, nuestra gratitud, alabanza y amor. Amén 

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