"LA SIEMBRA"
"Un sembrador salió a sembrar. Y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra; esa semilla brotó pronto, porque la tierra no era muy honda; pero el sol, al salir, la quemó, y como no tenía raíz, se secó. Otra parte de la semilla cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron. Pero otra parte de la semilla cayó en buena tierra, y dio buena cosecha; algunas espigas dieron cien granos por semilla, otras sesenta granos, y otras treinta. Mateo 13, 1-23.
En nuestros campos, cuando un sembrador sale con su semilla, entra a un campo cercado y comienza de inmediato, con debido orden y precisión, a esparcir la semilla de su canasta a lo largo de cada surco; pero en Oriente, la manera de cultivar es bien diferente, el campo de cultivo, que está muy cercano a la aldea, es una vasta planicie desprovista de cercas. Es cierto que el terreno está dividido en diferentes propiedades, pero no hay vallados, no hay divisiones, en raras ocasiones, un simple muro de piedras que se utiliza para dividir un campo de otro. A lo largo de estas tierras comunales y completamente abiertas, hay caminos. Son caminos muy frecuentados, que quedan tolerablemente transitables. Por aquí y por allá hay atajos, sobre los cuales pueden andar los viajeros que deseen evitar el camino público buscando de pronto, un poco más de seguridad, o buscando atajos.
Cuando el sembrador sale en la mañana para sembrar la semilla, encuentra, tal vez, un pequeño espacio de terreno escarbado con un primitivo arado oriental; comienza a esparcir su semilla allí más abundantemente por supuesto, pero resulta que un sendero atraviesa el propio centro de ese campo, y a menos que esté renuente a dejar una importante área sin sembrar, tiene que arrojar un puñado de semillas sobre el camino; y por allá, hay una roca que aflora justo en el centro de la tierra arada, y la semilla cae sobre ella; y allá también, protegido por la negligente labranza del oriente, hay un rincón lleno de raíces de ortigas y cardos, y el sembrador siembra su semilla allí también; el trigo y las ortigas nacen juntamente, y según sabemos por la parábola, los espinos son más fuertes y ahogan a la semilla, de tal manera que no produce fruto a la perfección. Jesús describe por eso así la siembra.
En el campo, al poner el sembrador la semilla, no sabe qué va a pasar con ella. Se fía de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. Pero aún en verano o en invierno, sabemos que el campo sigue dando sus frutos. En una época más o en una época menos, todo depende del terreno, del cuidado, del riego, del abono.
Hoy el Señor nos pregunta…. ¿Pero qué tipo de tierra somos? ¿Cuál simboliza nuestro corazón? ¿Esta duro, seco, pedregoso, ahogado, o bueno? ¿Es tierra difícil e infértil? ¿Estamos en tiempo de verano o invierno? ¿Nos dejamos regar con el río de su Espíritu, abonar con su palabra, con la oración, nos dejamos guiar por su dirección, dejamos que tome nuestros cansancios y cargas de cada día? Solo nosotros podemos decidir. La respuesta es individual y es nuestra, es para aquí y ahora.
Cuando el sembrador sale en la mañana para sembrar la semilla, encuentra, tal vez, un pequeño espacio de terreno escarbado con un primitivo arado oriental; comienza a esparcir su semilla allí más abundantemente por supuesto, pero resulta que un sendero atraviesa el propio centro de ese campo, y a menos que esté renuente a dejar una importante área sin sembrar, tiene que arrojar un puñado de semillas sobre el camino; y por allá, hay una roca que aflora justo en el centro de la tierra arada, y la semilla cae sobre ella; y allá también, protegido por la negligente labranza del oriente, hay un rincón lleno de raíces de ortigas y cardos, y el sembrador siembra su semilla allí también; el trigo y las ortigas nacen juntamente, y según sabemos por la parábola, los espinos son más fuertes y ahogan a la semilla, de tal manera que no produce fruto a la perfección. Jesús describe por eso así la siembra.
En el campo, al poner el sembrador la semilla, no sabe qué va a pasar con ella. Se fía de la lluvia y de la nieve que le va a hacer fecundar. Pero aún en verano o en invierno, sabemos que el campo sigue dando sus frutos. En una época más o en una época menos, todo depende del terreno, del cuidado, del riego, del abono.
Hoy el Señor nos pregunta…. ¿Pero qué tipo de tierra somos? ¿Cuál simboliza nuestro corazón? ¿Esta duro, seco, pedregoso, ahogado, o bueno? ¿Es tierra difícil e infértil? ¿Estamos en tiempo de verano o invierno? ¿Nos dejamos regar con el río de su Espíritu, abonar con su palabra, con la oración, nos dejamos guiar por su dirección, dejamos que tome nuestros cansancios y cargas de cada día? Solo nosotros podemos decidir. La respuesta es individual y es nuestra, es para aquí y ahora.
Y por supuesto, si lo hacemos, Dios espera de nosotros que tengamos frutos buenos y abundantes, Tal vez será una acción lenta, pero segura, el germinar de las semillas sembradas. Habrá frutos que se verán a su tiempo y habrá que saber esperarlos. Dios quiere seguir cultivando nuestra semilla, nuestra vida interior, para que crezca y se fortalezca. El nos quiere un día como el más grande de los arbustos, dando frutos ciento por ciento. Pero también quiere que llevemos de su semilla a otros campos, su Palabra aún a tierras difíciles, como lo ha hecho Él en nosotros. Dios nos quiere con la mano en el arado, arrojando con confianza todos los días, la semilla buena, viva, fuerte, transformante de su Palabra. Regando su semilla con oración, amor y esperanza.
FRASE PARA RECORDAR ESTA SEMANA
"DÉJATE HACER TIERRA FÉRTIL, DÉJATE HACER POR DIOS".
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