¿TIENES ESTRÉS O DEPRESIÓN?
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y Yo los aliviaré. Mateo 11, 25-30.
Casi el 25% de la gente de las grandes ciudades padece un fuerte estrés, y otras personas llegan incluso a sufrir hondas depresiones emocionales Vivimos en un ritmo tan intenso y acelerado, que a veces no se reserva tiempo ni para las necesidades más elementales: comer, descansar, dormir o convivir y disfrutar un tiempo con la propia familia. Nuestras prioridades en la vida van pasando a un segundo plano. Y algo realmente lamentable es que muchas veces también Dios pasa a un segundo, tercer o décimo lugar en nuestra vida... Por lo que así no es de extrañar que andemos como andamos: sin sentido, sin rumbo fijo, sin paz, ni serenidad interior.
En muchas ocasiones la persona que sufre estrés o ansiedad, acude a su médico, el cual suele indicarle alguna medicación, un antidepresivo o ansiolítico…. ¿Pero será la verdadera medicina que necesita? Se acude, al psicólogo o al psiquiatra, buscando ayuda, psicoterapia que puede ser necesaria, sin embargo en ocasiones se hace buscando, el genio de la lámpara maravillosa, o a alguien como el mago Merlín, o el dueño de la piedra filosofal que tiene la palabra mágica y la solución de todos los problemas.
Hoy Jesús quiere salir una vez más a nuestro encuentro y al paso de nuestras necesidades más íntimas y personales : “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados –nos decía esta semana el Señor – y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas”. Qué palabras tan confortantes y consoladoras. La verdadera paz del corazón. Eso es justamente lo que necesitamos, pues todos nos sentimos a veces cansados, agobiados, deprimidos en algún momento del camino. Sólo en Cristo podemos hallar la paz interior, “la paz en el corazón”.
Pero, ¿será posible pensar que es el medicamento que realmente necesitamos? Cuántas veces la causa de nuestras angustias, problemas, temores y desalientos somos nosotros mismos. La falta de humildad, que es autosuficiencia, orgullo, deseo de poder y del aprecio de los demás; o, simplemente, el no querer aceptar nuestra debilidad, nuestra fragilidad y nuestros propios límites. Cristo hoy nos invita a aceptar nuestra flaqueza, nuestras enfermedades, debilidades, a reconocer nuestros propios límites, cansancios, agobios y desconsuelos. Y a reconocernos necesitados, Él nos acogerá así como somos: inermes y frágiles, pero desnudos ya de falsas caretas y de disfraces, Él puede ser el verdadero Médico de nuestras almas.
Pablo nos lo recuerda, pues lo experimentó el mismo en primera persona: “Pero el Señor me ha dicho: "Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad. Así que prefiero gloriarme de ser débil, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Y me alegro también de las debilidades, los insultos, las necesidades, en los aprietos, las persecuciones y las dificultades que sufro por Cristo, porque cuando más débil me siento es cuando más fuerte soy”. 2da Corintios 12,9-10. Nuestra fortaleza es Cristo, reconozcamos nuestra necesidad y dejémonos consolar por Él. Sólo cuando nos decidimos ceder, agachamos la cabeza y doblegamos nuestra alma ante el Señor es cuando comenzamos a encontrar la solución a todos nuestros problemas.
REFLEXIONEMOS ESTA SEMANA CON MIGUEL DE UNAMUNO, (filósofo y literato español) que reconoció su debilidad y escribía:
“AGRANDA LA PUERTA, PADRE; PORQUE NO PUEDO PASAR,
LA HICISTE PARA NIÑOS Y YO HE CRECIDO A MI PESAR
SI NO ME LA AGRANDAS, ACHÍCAME A MI, POR PIEDAD
VUÉLMEME A LA EDAD BENDITA, EN LA QUE VIVIR ES SOÑAR.
GRACIAS, PADRE QUE YA SIENTO, QUE SE VA MI PUBERTAD,
VUELVO A LOS AÑOS ROSADOS, EN LOS QUE ERA NIÑO Y NADA MÁS.
LA HICISTE PARA NIÑOS Y YO HE CRECIDO A MI PESAR
SI NO ME LA AGRANDAS, ACHÍCAME A MI, POR PIEDAD
VUÉLMEME A LA EDAD BENDITA, EN LA QUE VIVIR ES SOÑAR.
GRACIAS, PADRE QUE YA SIENTO, QUE SE VA MI PUBERTAD,
VUELVO A LOS AÑOS ROSADOS, EN LOS QUE ERA NIÑO Y NADA MÁS.
Sí, en la humildad y en la sencillez de la fe encontramos nuestra verdadera paz.
Dios les bendiga.
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