miércoles, 1 de mayo de 2013

Martes 07 de Mayo de 2013


LA SALVACIÓN ES MOTIVO DE FIESTA PARA EL CRISTIANO

PRIMERA LECTURA
HECHOS 16,22-34

“Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia”
En aquellos días, la plebe de Filipos se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados dieron orden de que los desnudaran y los apalearan; después de molerlos a palos, los metieron en la cárcel, encargando al carcelero que los vigilara bien; según la orden recibida, los metió en la mazmorra y les sujetó los pies en el cepo.
A eso de media noche, Pablo y Silas oraban cantando himnos a Dios. Los otros presos escuchaban. De repente, vino una sacudida tan violenta que temblaron los cimientos de la cárcel. Las puertas se abrieron de golpe, y a todos se les soltaron las cadenas. El carcelero se despertó y, al ver las puertas de la cárcel de par en par, sacó la espada para suicidarse, imaginando que los presos se habían fugado. Pablo lo llamó a gritos: "No te hagas nada, que estamos todos aquí." El carcelero pidió una lámpara, saltó dentro, y se echó temblando a los pies de Pablo y Silas; los sacó y les preguntó: "Señores, ¿qué tengo que hacer para salvarme?" Le contestaron: "Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia." Y le explicaron la palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. El carcelero se los llevó a aquellas horas de la noche, les lavó las heridas, y se bautizó en seguida con todos los suyos, los subió a su casa, les preparó la mesa, y celebraron una fiesta de familia por haber creído en Dios. Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
¡Qué hermoso cuadro nos regala la primera lectura de hoy! He aquí unos prisioneros muy singulares: son capaces de dar libertad a su propio carcelero.
En más de una ocasión escribió Pablo que la Palabra de Dios no estaba encadenada y lo sucedido hoy nos lo muestra claramente. En efecto, la libertad de Pablo y Silas, también llamado Silvano, no empieza en el momento en que aquel terremoto los libera rompiendo sus cadenas. Son libres cuando la oscuridad del calabozo no destruye la luz de sus almas; son libres cuando la tristeza de las cadenas resulta impotente ante el gozo de sus cantos; son libres cuando la injusticia de un castigo inicuo no vence sobre el poder de su mensaje de la justificación que Dios regala en la Sangre de Jesús.
Cuando el carcelero descubre que no ha podido custodiar a los presos, precisamente porque uno más fuerte les ha dado libertad, se resuelve a suicidarse, de seguro para no tener que padecer la muerte a mano de sus superiores. Pablo, según escuchamos, lo logra detener con un grito en que le advierte que todos están adentro. Y entonces viene la gran pregunta: “¿Señores, qué debo hacer para salvarme?”. Esta pregunta tiene mucha historia dentro de la Iglesia. La escucharemos en las dunas del desierto egipcio en aquellos años de oro del monaquismo primitivo. Decenas de veces los escritores antiguos relatan la escena hermosa: un joven que se acerca a un santo monje y con profunda reverencia se atreve a preguntar por fin: “¿qué debo hacer para salvarme?”.

Es también la pregunta que hace aquel joven rico que un día fue donde el Maestro de Maestros, Jesucristo, según relata Marcos: “Cuando Jesús iba a seguir su viaje, llegó un hombre corriendo, se puso de rodillas delante de él y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” (Mc 10,17).

Hoy podemos dejar que esa pregunta, la pregunta honda que vive en el fondo del corazón humano, salga a flote y nos conmueva también a nosotros e  también marque nuestro camino e influya en nuestras decisiones.


SALMO RESPONSORIAL: 137
R./ Señor, tu derecha me salva.

Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario. R.

Daré gracias a tu nombre
por tu misericordia y tu lealtad.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.

Tu derecha me salva.
El Señor completará sus favores conmigo:
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R.

LECTURA DEL EVANGELIO
JUAN 16,5-11

“Si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor”
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Ahora me voy al que me envió, y ninguno de vosotros me pregunta: "¿Adónde vas?" Sino que, por haberos dicho esto, la tristeza os ha llenado el corazón. Sin embargo, lo que os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Defensor. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo con la prueba de un pecado, de una justicia, de una condena. De un pecado, porque no creen en mí; de una justicia, porque me voy al Padre, y no me veréis; de una condena, porque el Príncipe de este mundo está condenado." Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
Si hay una frase de Jesús que  puede  impactar  profundamente es esta que oímos en el evangelio de hoy: “Les conviene que yo me vaya...”. ¡Por Dios, cómo puede decirnos eso! Si en él hemos recibido sanación, vida, si de él hemos aprendido tantas cosas, si estando con él hemos visto huir a nuestros enemigos, ¿cómo nos dice que nos conviene que él se vaya? ¿Qué bien puede haber mayor que el bien por esencia que es el Hijo de Dios, el Dios con nosotros? ¿Por qué nos habla así?

En otro sentido, la frase del Señor Jesús deja ver una humildad perfecta. El mismo que nos dijo “sin mí nada pueden hacer” (Jn 15,5), ahora nos dice: “les conviene que yo me vaya”. Así entendemos que no nos dijo que nada podíamos sin él como un modo de darse importancia él, sino como un modo de mostrar en dónde hallaríamos sanación nosotros.

Pero la pregunta inicial de este apartado sigue: ¿por qué nos dice que nos conviene que él se vaya? Sólo puede haber una respuesta: porque hay un bien mayor que tenerle visiblemente a nuestro lado. Y ese bien es tener adentro de nosotros la gracia, la vida y la fuerza que vemos brillar en él. Tener su vida en nosotros es todavía mejor que tenerlo a él mismo vivo junto a nosotros. Y tal será el bien maravilloso que vendrá cuando llegue a nosotros el Espíritu Santo.

ORACIÓN
Hoy nos enseñas que la experiencia de abrazar  la fe en Ti, Señor resucitado, es motivo de celebración y de ponernos en marcha al servicio de los más débiles, sufrientes y esclavizados por estar apartados de ti. Cuando hemos caído en cuenta de que ya somos tus discípulos(as) y ayudantes de tu rebaño, dejamos que tu Espíritu Santo alegre nuestro ser y nos impulse a buscarte en comunidad para no desfallecer en la misión.  Amén


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