“EL SEÑOR ES UN DIOS DE VIVOS ”
PRIMERA LECTURA
PRIMER LIBRO DE MACABEOS 4,36-37.52-59
“POR EL DAÑO QUE HICE EN JERUSALÉN QUE HICE EN JERUSALÉN MUERO DE TRISTEZA”
En aquellos días, el rey Antíoco recorría las provincias del norte, cuando se enteró de que en Persia había una ciudad llamada Elimaida, famosa por su riqueza en plata y oro, con un templo lleno de tesoros: escudos dorados, lorigas y armas dejadas allí por Alejandro, el de Filipo, rey de Macedonia, que había sido el primer rey de Grecia. Antíoco fue allá e intentó apoderarse de la ciudad y saquearla; pero no pudo, porque los de la ciudad, dándose cuenta de lo que pretendía, salieron a atacarle. Antíoco tuvo que huir, y emprendió el viaje de vuelta a Babilonia, apesadumbrado.
Entonces llegó a Persia un mensajero, con la noticia de que la expedición militar contra Judá había fracasado: Lisias, que había ido como caudillo de un ejército poderoso, había huido ante el enemigo; los judíos, sintiéndose fuertes con las armas y pertrechos, y el enorme botín de los campamentos saqueados, habían derribado el arca sacrílega construida sobre el altar de Jerusalén, habían levantado en torno al santuario una muralla alta como la de antes, y lo mismo en Betsur, ciudad que pertenecía al rey. Al oír este informe, el rey se asustó y se impresionó de tal forma que cayó en cama con una gran depresión, porque no le habían salido las cosas como quería.
Allí pasó muchos días, cada vez más deprimido. Pensó que se moría, llamó a todos sus grandes y les dijo: "El sueño ha huido de mis ojos; me siento abrumado de pena y me digo: "¡A qué tribulación he llegado, en qué violento oleaje estoy metido, yo, feliz y querido cuando era poderoso!" Pero ahora me viene a la memoria el daño que hice en Jerusalén, robando el ajuar de plata y oro que había allí, y enviando gente que exterminase a los habitantes de Judá, sin motivo. Reconozco que por eso me han venido estas desgracias. Ya veis, muero de tristeza en tierra extranjera."
REFLEXIÓN
Terminamos hoy, la historia de los Macabeos, con el relato de la muerte del rey Antíoco, el impío rey que les había perseguido. El autor sagrado lee la muerte del rey, moribundo y abandonado de todos, desde la perspectiva de la fe, poniendo en sus labios unas confesiones que servirán de lección y escarmiento a todo aquél que quiera arrogarse el protagonismo, rebelándose contra la voluntad de Dios.
Los Libros de los Macabeos nos han acercado a un momento casi desesperado de la historia del pueblo hebreo. La verdad es que, aunque el destierro a Babilonia terminó, y aunque algunos (no muchos, proporcionalmente) de los judíos retornaron a Jerusalén y a Judá, el hecho es que la independencia como tal no se recuperó desde ese momento, y en realidad nunca volvió, hasta bien entrado el siglo XX, aunque en condiciones completamente diversas.
Entendemos así que la lucha de los Macabeos era como la erupción de un volcán. Al modo de las ollas a presión que sueltan chorros de vapor sólo al alcanzar su tope, así esta erupción de rabia encajonada. En este contexto comprendemos el anhelo de justicia y castigo que se transparenta en la primera lectura de hoy. El final desesperado y amargo del rey tirano es claramente leído como un mensaje del cielo que desaprueba su cruel y funesto desempeño.
Para nosotros, ya cristianos, este lenguaje puede sonarnos un poco brutal. La descripción minuciosa de la caída del déspota rechina con nuestro sentido de la compasión. Pero, si somos honestos, admitiremos que más de una vez hemos querido la derrota y el castigo para los perversos de nuestro tiempo.
Eso no significa que no haya habido avances con la llegada del Evangelio. Todo ha quedado iluminado por Cristo. Pero la luz de Cristo no es "magia", es un efecto progresivo de la en nuestra conciencia, que descubre con sorpresa agradecida el amor inmerecido. Sólo así, sólo a precio de amarnos así, hasta la sangre, logró Cristo que pensáramos más en la conversión de nuestros enemigos, que en el castigo que creemos que se merecen.
SALMO RESPONSORIAL: 9
R. / Gozaré, Señor, de tu Salvación.
LECTURA DEL EVANGELIO
LUCAS 20,27-40
“NO ES DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS”
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: "Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella."
Jesús les contestó: "En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor "Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos." Intervinieron unos escribas: "Bien dicho, Maestro." Y no se atrevían a hacerle más preguntas.
REFLEXIÓN
Los saduceos eran uno de los grupos judíos de la época de Jesús, surgidos en torno al sacerdocio y la aristocracia, que mantenía buenas relaciones con aquellos que ejercían el dominio romano en Israel. Ellos le presentan a Jesús un caso construido sobre la Ley del Levirato, (Dt. 25, 5-6), queriendo demostrar con ello que la resurrección es imposible. La Ley del Levirato establecía que si un hombre casado moría sin dejar hijos, su hermano debía casarse con la viuda para darle descendencia. Si una mujer tenía así sucesivamente varios maridos, ¿cuál de ellos sería su esposo en la vida futura? Como para los saduceos el caso no tenía salida, la resurrección tampoco tenía sentido para ellos.
La respuesta de Jesús en Lucas hace notar que el matrimonio es una realidad temporal y que la resurrección no es una prolongación de esta vida sin más. La vida resucitada es una vida para Dios y junto a Dios. Este texto quiere indicar que Dios es Dios de vivos y en ese sentido los patriarcas viven. Como ellos, todos somos llamados a compartir esa vida plena junto a Dios para siempre.
Los saduceos eran uno de los grupos judíos de la época de Jesús, surgidos en torno al sacerdocio y la aristocracia, que mantenía buenas relaciones con aquellos que ejercían el dominio romano en Israel. Ellos le presentan a Jesús un caso construido sobre la Ley del Levirato, (Dt. 25, 5-6), queriendo demostrar con ello que la resurrección es imposible. La Ley del Levirato establecía que si un hombre casado moría sin dejar hijos, su hermano debía casarse con la viuda para darle descendencia. Si una mujer tenía así sucesivamente varios maridos, ¿cuál de ellos sería su esposo en la vida futura? Como para los saduceos el caso no tenía salida, la resurrección tampoco tenía sentido para ellos.
La respuesta de Jesús en Lucas hace notar que el matrimonio es una realidad temporal y que la resurrección no es una prolongación de esta vida sin más. La vida resucitada es una vida para Dios y junto a Dios. Este texto quiere indicar que Dios es Dios de vivos y en ese sentido los patriarcas viven. Como ellos, todos somos llamados a compartir esa vida plena junto a Dios para siempre.
ORACIÓN
Señor Jesús, aunque la inteligencia del hombre, llegue a los más grandes descubrimientos , aunque la mentalidad capitalista ponga como supremo dios al dinero, aunque la razón humana niegue tu existencia. Señor hoy declaramos que creemos en tu palabra, en tu resurrección, en que velas por nosotros en cada momento de nuestra existencia, creemos en ti y esa es suficiente razón para existir y ser feliz. Amén.
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