HECHOS A IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS
Y dijo Dios: "Ahora hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Él tendrá poder sobre los peces, las aves, los animales domésticos y los salvajes, y sobre los que se arrastran por el suelo." Cuando Dios creó al hombre, lo creó a su imagen y conforme a su semejanza; varón y mujer los creó, y les dio su bendición. Genesis 1,26-28a
El espejo es implacable con nuestra belleza y nuestras imperfecciones. A todos podemos engañar, menos al espejo... y por supuesto menos a Dios, que lo sabe todo y lo conoce todo. Podemos disimular, podemos recubrir las cicatrices, podemos usar el mejor maquillaje, las mejores cremas, podemos poner aspecto juvenil con ropa nueva, con un nuevo peinado, con unos buenos lentes, podemos sonreír a diestra y siniestra, pero a la hora de la verdad, al enfrentarnos al espejo, todo eso pasa y nos encontramos la figura y la imagen de nosotros mismos ante quien no podemos definitivamente fingir ni disimular. Y el espejo es implacable con el paso del tiempo. Algún día llegará en que nos volvemos irreconocibles a nosotros mismos, pues hicieron presencia las arrugas y las canas, y llegamos a preguntarnos: ¿Este soy yo? ¿Tanto tiempo ha pasado? ¿Verdaderamente éste soy yo?
Pero además de reflejarnos a nosotros mismos el espejo nos revela la semejanza y el parecido con nuestros padres. Somos figura de nuestros padres. De esa misma manera, el espejo nos tendría que decir cada día que nos parecemos más a nuestro Padre del Cielo, que nos parecemos más a Dios, que en verdad si somos imagen y semejanza suya. Cada día tendríamos que parecernos más a Él, si en verdad somos hijos suyos y si en verdad somos sus seguidores.
Tendremos que reflejar en nuestro rostro y en nuestra vida la creatividad, el ingenio, la alegría, el amor para mejorar este mundo maravilloso y encantador en el que nos ha tocado vivir, y emplear toda nuestra capacidad para mejorarle, un mundo que salió bello y armónico de las manos de Dios, pero que otros han tratado de transformarlo con su imperfección. Somos hechura del Padre que se complació en nosotros e hizo este mundo bello como el teatro en que tenemos que ir realizando nuestro papel también creador con nuestro Dios, gestando un mundo en que la armonía entre las cosas y los seres humanos sea la nota distintiva, empleando toda nuestra capacidad para desterrar la basura, el desorden, el destrozo de la naturaleza, y realzar la armonía entre los mismos seres humanos. No le tengamos miedo a la vida. Es el distintivo de nuestro Creador y tiene que ser también nuestro distintivo. Cuando viene la primavera los tallos de las plantas que habían estado inactivos, como muertos, cobran nueva vida y aparecen los botones y enseguida flores vivas, fragantes y hermosas de mil colores. Así tiene que ser la primavera de nuestra vida que se prolonga en el día a día.
Parezcámonos también cada día un poquito más a Jesús el Señor, al Salvador, al Hijo de Dios, que tuvo su delicia de estar con nosotros, hacernos hermanos, hacernos una sola familia, acercarlos los unos a los otros, de manera que las barreras que nos dividen, el color, la raza, el dinero, las comodidades, los bienes materiales nos lleguen a parecer ridículos y tendamos puentes para que la miseria, la injusticia, la pobreza, la maldad, la división y la muerte y que esto se nos convierta en cosa del pasado. Recordemos que Jesús dijo : “Yo estaré todos los días con ustedes hasta el fin del mundo?” ¿A qué tenerle miedo? Aún un vaso de agua dado en el nombre de Jesús no quedará sin recompensa, ¿qué pasará si empeñamos toda nuestra vida en lograr la unidad y la paz entre nosotros, en el mundo que nos rodea?
Y recordemos, algo que denotará siempre nuestro espejo invisible: el Amor con que Dios nos ha adornado, y que tendrá que ser perfectamente reconocible en nosotros. Y no tendrá que ser cualquier amor, hecho según las dimensiones del corazón humano, sino el Amor mismo de Dios manifestado en la persona de su Hijo Jesús y también por el Espíritu Santo de Dios, el Espíritu de Amor, que se refleja en cada uno de los que nos rodean, pero sobre todo en los más pequeños. Ver a Jesús en los pequeños, en los pobres, en los necesitados hasta verlos como mis propios hermanos, este es nuestro llamado, será fruto de la presencia del Espíritu Santo en nosotros, y así seremos más parecidos al Dios que nos ha dado la vida.
Celebramos hoy la Fiesta de la Santísima Trinidad, ante la que no caben sino primero actitudes de contemplación, acción de gracias, alabanza, alegría por Dios que se nos ha manifestado en su intimidad porque nos quiere y nos ama, y segundo, una vida nueva, de entrega, de generosidad, de amor a todos los que nos rodean y a todo lo que nos rodea, pretendiendo vivir inmersos en ese Amor de Dios manifestado en su Hijo y en el Espíritu Santo.
Felicidades, Trinidad Santa, Felicidades Dios Creador, Felicidades Oh Espíritu de Amor, Felicidades Jesús, Hijo de Dios que nos has metido en la inmensidad del Amor de nuestro Dios. Felicidades a todos nosotros, porque cada uno somos y estamos llamados a ser reflejo del rostro del Señor, de nuestro Creador, del Dios que nos ama a todos con locura.
VIVAMOS INMERSOS EN EL AMOR DE NUESTRO PADRE DIOS, ÚNICO Y PERFECTO, MANIFESTADO EN UN SU HIJO JESÚS, Y EN SU ESPÍRITU DE AMOR, EL ESPÍRITU SANTO.