“AQUÍ ESTOY, ENVÍAME”
PRIMERA LECTURA
ISAÍAS 6, 1-8
“Yo, hombre de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de
los ejércitos”
El año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono
alto y excelso: la orla de su manto llenaba el templo. Y vi serafines en pie
junto a él, cada uno con seis alas: con dos alas se cubrían el rostro, con dos
alas se cubrían el cuerpo, con dos alas se cernían. Y se gritaban uno a otro,
diciendo: "¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está
llena de su gloria!" Y temblaban los umbrales de las puertas al clamor de
su voz, y el templo estaba lleno de humo. Yo dije: "¡Ay de mí, estoy
perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de
labios impuros, he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos." Y
voló hacia mí uno de los serafines, con un ascua en la mano, que había cogido
del altar con unas tenazas; la aplicó a mi boca y me dijo: "Mira: esto ha
tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado."
Entonces escuché la voz del Señor, que decía: "¿A quién mandaré? ¿Quién
irá por mí?" Contesté: "Aquí estoy, mándame." Palabra de
Dios.
REFLEXIÓN
Isaías tiene una experiencia intensa de la grandeza, belleza y pureza de
Dios, y frente a ese infinito de luz y de gloria se descubre pequeño e impuro.
Es el descubrimiento del abismo que nos separa de Aquel que nos rebasa y
envuelve, que nos abruma y maravilla, que nos fascina y hace estremecer. Todo
esto es la experiencia de la santidad de Dios. Algunos autores han
descrito apropiadamente esta manera de percibir a Dios y lo divino como el
"absolutamente Otro." Frente a los intereses, explicaciones,
potestades o placeres que de algún modo están frente a nosotros o en nuestras
manos, Dios es aquel que no podemos abarcar y del cual no podemos apoderarnos.
Nos excede sin violencia y nos colma sin hastío.
Sin embargo, no todo queda en la distancia. En la visión que recibe
Isaías hay un mensajero, un ángel de Dios, que trae fuego del cielo para
purificar los labios del profeta. Este signo sencillo es en sí mismo toda la
diferencia que hay entre nuestro Dios y el dios de un filósofo como
Aristóteles, para el cual era impensable que la divinidad quisiera ocuparse de
creaturas menos perfectas que él mismo. Nuestro Dios, en cambio, no disminuye
su perfección al ocuparse de nosotros los imperfectos, sino que al abajarse nos
levanta y pone un manto de protección sobre nosotros.
SALMO RESPONSORIAL: 92
R/ El Señor reina, vestido de majestad.
El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder. R.
Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno. R.
Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término. R.
OREMOS CON EL SALMO
Este Salmo es un himno a la majestad de Dios, Rey y Señor de la creación.
La majestad de Dios sigue presente en sus enseñanzas y en el templo. La
majestad de Dios resplandece más mientras más conocemos la inmensidad del
cosmos; pero más admirable es su amor manifestado en el nuevo templo que es
Cristo.
LECTURA DEL EVANGELIO
MATEO 10, 24-33
“No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”
En aquel tiempo dijo Jesús a sus apóstoles: "Un discípulo no es más
que su maestro, ni un esclavo más que su amo; ya le basta al discípulo con ser
como su maestro, y al esclavo como su amo. Si al dueño de la casa lo han
llamado Belzebú, ¡cuanto más a los criados! No les tengáis miedo, porque nada
hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a
saberse. Lo que os digo de noche, decidlo en pleno día, y lo que os digo al
oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo,
pero no pueden matar el alma. No, temed al que pueda destruir con el fuego alma
y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo,
ni uno solo no cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros,
hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no
hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante
los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno
me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo".
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
Tres temores amenazaban la comunidad primitiva: el temor a ser tildados
de herejes o endemoniados, el temor a ser asesinados y el temor a renegar de la
propia fe en Jesús. Al primero Jesús responde con su propia experiencia. A él
lo descalificaron de muchas maneras, incluso diciendo que era un glotón o que
estaba endemoniado. Pero ninguno de sus seguidores está por encima de él, de
modo que, si a él lo descalificaron o incluso todavía hoy lo descalifican, sus
seguidores no pueden esperar nada menos. El segundo temor era todavía más
fuerte. Las persecuciones religiosas, políticas y sociales fueron inmediatas en
razón del tremendo impacto del mensaje de Jesús. En un mundo caracterizado por
la esclavitud, el autoritarismo y la divinización de los gobernantes era casi
absurdo proclamar que todos los seres humanos son iguales ante Dios. Pero el
cristiano debía aceptar la cruz que supone la liberación humana. Por último, el
temor a la negación de la fe estaba a la orden del día. Bien fuera por renegar
públicamente del nombre de Jesús, bien fuera por negarlo con los actos. Pero,
aunque se dijesen muchas cosas en su nombre, había una que era imprescindible:
amarlo plenamente en el prójimo.
ORACIÓN
Señor gracias, hoy nos sentimos alegres, pero también quebrantados al
ver que tu santidad se manifiesta tan maravillosamente en nuestra vida, gracias
por tu Palabra, por tu amor, por tu protección, que hasta nuestros cabellos nos
los tienes contados, nos muestras que valemos mucho delante de ti, por eso te
queremos decir como en el primer amor: “Aquí estamos para hacer tu voluntad”,
imprégnanos de Tu Espíritu Santo para mantenernos firmes, para llevar la
cruz y seguir adelante transmitiendo tu mensaje. Amén
“No tengamos
miedo de apostar por Cristo y su Evangelio”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Mensaje o Intercesión por: