viernes, 1 de agosto de 2014

Miércoles 6 de agosto 2014

Transfiguración del Señor

“LA LUZ ILUMINA LOS OJOS Y LA PALABRA EL OÍDO”

PRIMERA LECTURA
Daniel 7,9-10.13-14

“Su vestido era blanco como nieve”

Durante la visión, vi que colocaban unos tronos, y un anciano se sentó; su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas. Un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.   Palabra de Dios.


REFLEXIÓN

La visión  apocalíptica tiene sus raíces en la profecía. El profeta intenta mirar con los ojos de Dios la historia que transcurre. Intenta con esa ayuda, con esa gracia de Dios, dar el parecer divino sobre el conjunto de la historia, no sólo sobre el momento presente, sino sobre el desenlace, podríamos decir, sobre el misterio que se esconde detrás de la cotidianidad, detrás de las realidades de cada día.

 El libro de Daniel, lo mismo que otros textos apocalípticos, compara a los reinos de la tierra con todo género de fieras, algunas de ellas verdaderamente monstruosas: leones, leopardos, dragones, serpientes. Todo género de animales salvajes y crueles aparecen en estos textos y en estas visiones.
A través de esa comparación, podemos intuir el juicio de Dios sobre tantos gobiernos que existen en el mundo. Son feroces y se sostienen, precisamente, por la fuerza, por la crueldad. En contraste con todos esos poderes, la imagen de la primera lectura de hoy, es consoladora, es hermosa, es alentadora.
Este es un poder con rostro humano. ¡Jesucristo, el que recibe del Anciano venerable poder sobre toda raza, lengua, pueblo y nación! Jesucristo es el poder; pero, un poder que tiene rostro de hombre. Y como el hombre es también imagen de Dios, el poder de Dios y el poder de Dios realizado en esta tierra, en realidad tienen el rostro de Jesucristo.

Salmo responsorial: 96
R. / El Señor reina, altísimo sobre la tierra

El Señor reina, la tierra goza,
se alegran las islas innumerables.
Tiniebla y nube lo rodean, 
justicia y derecho sostienen su trono. R.

Los montes se derriten como cera
ante el dueño de toda la tierra;
los cielos pregonan su justicia,
y todos los pueblos contemplan su gloria. R.

Porque tú eres, Señor,
Altísimo sobre toda la tierra,
encumbrado sobre todos los dioses. R.

OREMOS CON EL SALMO y acerquémonos a su contexto.
La frase inicial de este “Himno a la realeza del Señor” (Sal 47; 93; 96; 98 - 99) es una solemne proclamación, que anuncia el advenimiento del Reino de Dios, inaugurado por una teofanía de la que participan todos los elementos de la naturaleza (vs. 1-5). Esta manifestación del Señor como Rey significa el triunfo definitivo de la justicia (v. 6) y es un motivo de júbilo para su Pueblo (vs. 8, 11). La exhortación final (v. 12) parece estar dirigida a la comunidad congregada en el Templo, que actualizaba cultualmente la victoria del Señor sobre sus enemigos y el establecimiento de su Reino.

SEGUNDA LECTURA
2Pedro 1,16-19

“Esta voz del cielo la oímos nosotros”

Queridos hermanos: Cuando os dimos a conocer el poder y la última venida de nuestro Señor Jesucristo, no nos fundábamos en fábulas fantásticas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza. Él recibió de Dios Padre honra y gloria, cuando la Sublime Gloria le trajo aquella voz: "Éste es mi Hijo amado, mi predilecto." Esta voz, traída del cielo, la oímos nosotros, estando con él en la montaña sagrada. Esto nos confirma la palabra de los profetas, y hacéis muy bien en prestarle atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día, y el lucero nazca en vuestros corazones. Palabra del Señor.

REFLEXIÓN
El texto de San Pedro es la certeza del testimonio de quien se ha hecho testigo y escuchó la declaración del Padre reconociendo en Jesús, a su Hijo Amado y su motivo de complacencia. Podemos celebrar esta fiesta de la Transfiguración con la certeza de este testimonio que nos entregan los discípulos misioneros del Señor, de aquellos que han contemplado la manifestación gloriosa de Jesús Salvador antes y después de su pasión.
Somos la comunidad (Iglesia) fundada sobre la experiencia de vida, amor martirial de los apóstoles y el testimonio de muchos profetas que estuvieron allí y que ahora fortalecen nuestra fe. De la misma manera valoramos y agradecemos hoy la entrega de tantos hombres y mujeres que se hacen los nuevos discípulos y misioneros, entregando su vida en el servicio a los demás, especialmente como el gran Maestro optando siempre por los más necesitados y excluidos de nuestra sociedad.  

LECTURA DEL EVANGELIO
Mateo 17,1-9

“Su rostro resplandecía como el sol”

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: "Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías." Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo." Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: "Levantaos, no temáis." Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: "No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos."  Palabra del Señor

REFLEXIÓN
Jesús, en oración, cambia su aspecto: se llena de luz, de gloria, de majestad. Y la presencia deslumbrante de Cristo en oración, se ve acompañada por dos hombres del Antiguo Testamento, tal vez los más grandes para el pueblo de Israel: Moisés, el legislador, testigo principal de la Alianza del Sinaí, y junto a él, Elías, el Profeta, el testigo de la fe en los momentos más duros y de mayor crisis de Israel.

A Elías, en efecto, le correspondió defender la fe del pueblo de Israel cuando aquel rey inestable y voluble, llamado Ahab. No reinaba él, sino reinaba su esposa, Jezabel, una mujer idólatra, perversa, cruel, egoísta, que alimentaba de los tesoros de la casa real a más de cuatrocientos falsos profetas.

Y con esos falsos profetas mantenía engañado a su esposo, el rey Ahab, y mantenía engañado a todo el pueblo de Israel. Jezabel es como la imagen de aquella persona astuta, intrigante, inescrupulosa, que logra el dominio político y económico, que logra también el dominio de la palabra, de los medios de comunicación, diríamos nosotros hoy. En tiempos tan espantosos, Elías fue el gran testigo de la fe, el que llevó al pueblo a juicio, allá, junto al Monte Carmelo, y mostró delante de todos, que sólo Dios es Dios.

Pues bien, Moisés y Elías, que son como los personajes más representativos de la Alianza de Israel, aparecen aquí junto a Jesucristo. Porque, precisamente en Cristo, las antiguas alianzas y toda alianza entre Dios y el hombre, encuentran su plenitud. Dios ya había celebrado alianzas con Noé, con Abraham, y desde luego, después con Moisés. Además, había hecho pacto con el rey David.

Todas las alianzas de Dios con los hombres, tienen su plenitud y su sello definitivo en Jesucristo. Porque, Él, al mismo tiempo Dios y Hombre, Él mismo, es el lazo de unión entre nosotros y Dios: Cristo, en oración ante el Padre, Cristo, llevando todas nuestras intenciones al Padre, y Cristo, trayendo todas las bendiciones del Padre a la tierra. Si Cristo se transfiguró ante los discípulos para mostrar que en Él se realiza la plenitud de la Alianza, si se transfiguró para mostrar que la Cruz no era el último capítulo de su historia, pues, eso lo necesitaban, no sólo aquellos discípulos privilegiados, sino también nosotros. ¡Nosotros también necesitamos descubrir a Cristo Transfigurado!

¡Cuánto necesitamos irnos con Jesús a un rato de espaciosa oración, o de retiro para compartir con Él ese misterio que tiene que pasar por la Cruz, pero que llega a la gloria de la Pascua!

Que hoy subamos al monte con Él, que  nuestro corazón sea esa montaña donde entramos con Cristo en oración, y que la nube, imagen de la gloria del Padre, envuelva nuestros sentidos, maraville, cautive, fascine nuestro ser y nos permita cumplir lo que dijo aquella voz: "Este es el Hijo, Él es el Hijo Amado, a Él hay que escuchar" Que se abran entonces los oídos, que estén dispuestos los corazones, y que Cristo, ya transfigurado, reine en nuestras vidas.
  
ORACIÓN
Lucero de la mañana, si Señor eso sigues siendo para muchas personas, aún en esta época de pérdida de valores humanos.  No todo está perdido, sigue la esperanza y la certeza de quienes logran escuchar tu Palabra y comprender, gracias a la unción de tu Espíritu, que la vida sin Ti no tiene sentido y que aunque hayan valles de oscuridad y muerte Tú eres victorioso, porque nuestras vidas siguen cimentadas en Ti como casa sobre la piedra. Por eso podemos proclamar: ¡Cristo Vive! Amén 


“Si cada uno de tus días es una centella de luz, al final de la vida habrás iluminado una buena parte del mundo”

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