“INVITADOS AL BANQUETE DE LA VIDA EN
FRATERNIDAD”
PRIMERA LECTURA
ISAÍAS 55,1-3
“Venid y comed”
Así dice el Señor: "Oíd, sedientos
todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo,
comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no
alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis
bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí:
escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que
aseguré a David." Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
La segunda parte del libro de Isaías, que leemos hoy, nos invita a hacer una
valoración experiencial y sapiencial de la Palabra de Dios. Esta pequeña
exhortación “cierra” los capítulos anteriores, desde el 40 hasta el 55, y
ofrece una poderosa clave de lectura para comprender toda la segunda parte del
libro. Además termina con el famoso texto que compara la Palabra de Dios con la
lluvia vivificadora (Is 55,10-11).
El hambre y la sed son mecanismos fundamentales de los
seres vivos. Todo ser viviente necesita nutrición e hidratación, pero en los
seres humanos, estas necesidades biológicas tienen carácter social. En muchas
culturas humanas –no todas-, compartir la bebida y el alimento son mecanismos
de socialización y de integración. El autor toma, entonces, esta necesidad
vital y la traslada al campo de la fe para mostrarnos que para el creyente la
Palabra de Dios es algo más que una comunicación divina. La Palabra de Dios se
convierte así en una necesidad inaplazable que alimenta nuestro ser y nos
vivifica. Jesús mismo, combate la tentación contraponiendo la voluntad divina
al inmediatismo humano (Lc 4, 3-4). El problema de la humanidad no es
únicamente la satisfacción de las necesidades básicas, sino, también, hacer
surgir y formar una consciencia que exija la justa distribución de los
recursos, que lleve a que la humanidad cultive lo mejor de sí y lo entregue
como solidaridad y justicia en un proyecto social alternativo al proyecto
egoísta.
Pero el autor, como buen poeta y profeta, no sólo da
una instrucción legal; busca, por medio
de la imagen asociada a los mejores frutos (trigo, vino, leche), que el lector
encuentre no sólo consuelo sino deleite. La Palabra de Dios se convierte así en
un manjar sabroso que puede ser degustado por la pura gratuidad divina. El olor
del amasijo fresco, del vino bien conservado y de la leche fresca nos recuerdan
los dones que Dios le ha dado a su pueblo; dones que ayudan al ser humano a
construir un cuerpo vigoroso pero que deben ser acompañados por una degustación
asidua de su Palabra. Isaías nos hace una invitación a degustar con sabiduría
todos los dones que Dios nos ofrece, sabiendo que lo mejor que podemos ofrecer
nosotros mismos es la gratitud activa, que revierte sobre los menos favorecidos
los dones que unos pocos acaparan. Lo mismo ocurre con la Palabra de Dios, debe
ser entregada con sabiduría y generosidad de modo que el pueblo de Dios no
desfallezca. La Palabra de Dios nos invita y convoca a hacer de este ‘valle de
lágrimas’ un jardín frondoso donde florezca la justicia y la sabiduría (Sal
72,1).
SALMO RESPONSORIAL: 144
R/ Abres tú la mano, Señor, y nos sacias
de favores.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos, / es
cariñoso con todas sus criaturas. R.
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente. R.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo
invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R.
OREMOS CON EL SALMO y acerquémonos a su
contexto
Este himno celebra las grandes obras del
Señor (vs. 4-7), que lo manifiestan como Rey justo y poderoso, a la vez que
bondadoso y lleno de misericordia hacia todas sus criaturas. La estructura
"alfabética" del Salmo hace que las ideas se yuxtapongan bastante
libremente, sin una conexión lógica demasiado aparente. El uso litúrgico las
unió más tarde, para asociar la oración por el rey a la oración por todo el
pueblo.
SEGUNDA LECTURA
ROMANOS 8,35.37-39
“Ninguna criatura podrá apartaros del
amor de Dios, manifestado en Cristo”
Hermanos: ¿Quién podrá apartarnos del
amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?,
¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto vencemos fácilmente
por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni
ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni
profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado
en Cristo Jesús, Señor nuestro. Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
Durante este mes
vamos a seguir reflexionando en la segunda lectura en torno al mensaje de Pablo
a la comunidad de Roma. Esta carta está escrita como un evangelio, como una
buena noticia de la bondad, justicia y misericordia de Dios manifestada en
Jesús, para aplicarlo a la vida. Pablo resalta la nueva vida del Espíritu
contra la vida según la carne. Cuando dice “carne” se refiere a este mundo y su
propuesta de vida, cerrado a los valores del Reino expresados en el amor, la
compasión, la misericordia y la justicia. La ley no es capaz de producir con
este sistema opresor una vida nueva. La ley, que hoy podríamos llamar la ley
del mercado o producción, es egoísta y excluyente. Produce un mundo de hambre y
de injusticia. Pero ese Espíritu de Jesucristo es un movimiento o propuesta por
la vida, por el amor, por la comunidad, por la mesa compartida y por la
fraternidad.
El final del
capítulo octavo de la carta a los romanos es un canto al amor de Dios que nos
hace salir triunfantes de toda situación de adversidad. “Nada podrá apartarnos
del amor de Cristo”, ni hambre, ni desnudez, ni persecución; por tanto es un
menaje motivador lleno de esperanza en medio de las situaciones de conflicto
que se viven en el interior de la persona y en medio de las situaciones
familiares, eclesiales y sociales de marginación.
LECTURA DEL EVANGELIO
MATEO 14,13-21
“Comieron todos hasta quedar satisfechos”
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de
la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio
tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los
pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los
enfermos. Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle:
"Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que
vayan a las aldeas y se compren de comer." Jesús les replicó: "No
hace falta que vayan, dadles vosotros de comer." Ellos le replicaron:
"Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces." Les dijo:
"Traédmelos." Mandó a la gente que se recostara en la hierba y,
tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la
bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se
los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron
doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar
mujeres y niños. Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
La multiplicación y los peces nos evocan la gran
tentación de considerar que únicamente la satisfacción de las necesidades
básicas nos conduce al Reino. Jesús se preocupó de que sus discípulos fueran
mediadores efectivos frente a las necesidades del pueblo, pero no recurriendo a
la mentalidad mercantilista que reduce todo a la presencia o ausencia de dinero
(Mt 14,15). Es muy fácil, a falta de un benefactor, despedir a la multitud
hambrienta para que cada cual consiga lo necesario. Pero Jesús no quiere eso;
él pide a sus seguidores que sean ellos mismos quienes se ofrezcan a ser
agentes de la solidaridad, ofreciendo lo que son y todo (lo poco) que tienen.
Entonces la ración de tres personas, cinco panes y dos peces, se convierte en
el incentivo para que todos aporten desde su pobreza y pueda ser alimentado
todo el pueblo de Dios, que es lo que simbolizan las doce canastas. En la
intención del evangelista, Jesús demuestra de este modo que el problema no es
la carencia de recursos, sino la falta de solidaridad. «Cuando el pobre crea en
el pobre, ya podremos cantar ¡Libertad!».
Lo que nos acerca a Jesús no son los muchos rezos o
ceremonias, sino el amor incondicional a su Causa, ¡el Reino, la Utopía! Algo
que hizo diferente a Jesús de todos los predicadores de la época fue su
capacidad para despertar los mejores sentimientos de la gente: amor,
generosidad y respeto. Nosotros deberíamos amar a Jesús con el mismo tipo de
amor con el que él nos ama. Si el nos amó con un amor solidario, generoso,
compasivo... nosotros no podemos responderle con plegarias o explosiones de
emotividad, porque esto no sería amor comprometido. Por eso, si entendemos con
qué amor Jesús nos amó, estaremos seguros de lo que proclama Pablo: nada nos
puede separar del amor de Cristo.
ORACIÓN
Amado Señor, a todos nos llamas a
compartir la vida en comunidad y a recibir del alimento de tu Palabra. Ayúdanos
a comprender a quienes decimos creer en ti y/o te seguimos, que estar en la
mesa no es solo de un rito, un momento o
una época, sino de amarnos de verdad, en la mesa de la vida, de la casa
abierta, acompañándonos de corazón, con oración y presencia. Amén
“Cuando nos
interesamos por los demás revelamos un alma buena y grande”
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