Domingo
4º de Adviento
“LA
VOLUNTAD DE DIOS SE REALIZA EN QUIENES SE DISPONEN A SU ACCIÓN”
PRIMERA LECTURA
MIQUEAS 5, 1-4ª
“De ti saldrá el
jefe de Israel”
Así
dice el Señor: "Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de
Judá, de ti saldrá el jefe de Israel.
Su
origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial.
Los
entrega hasta el tiempo en que la madre dé a luz,
y
el resto de sus hermanos
retornará
a los hijos de Israel.
En
pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del Señor, su
Dios.
Habitarán
tranquilos, porque se mostrará grande hasta los confines de la tierra, y éste
será nuestra paz."
REFLEXIÓN
Miqueas, de quien
está tomada la primera lectura, vivió en el reinado de Ezequías.
Cuando el modesto profeta llegó a la corte, se encontró con Isaías, de quien al
parecer recibió influjo literario, aunque siempre conservó su estilo personal.
Miqueas atacó sobre
todo a los poderosos que abusan del pobre para robar y oprimir, a los jueces
corrompidos, pero compuso también magníficos poemas de salvación, entre los que
sobresale la profecía sobre Belén. El Mesías esperado nacerá en Belén, pequeña
población de Judá y hará que los seres humanos puedan vivir tranquilos y Él
será nuestra paz.
Salmo
responsorial: 79, 2ac y 3b. 15-16. 18-19
Oh
Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
Pastor
de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta
tu poder y ven a salvarnos. R.
Dios
de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa. R.
Que
tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos
de ti: danos vida, para que invoquemos tu nombre. R.
Hebreos
10, 5-10
Aquí
estoy para hacer tu voluntad
Hermanos:
Cuando Cristo entró en el mundo dijo: "Tú no quieres sacrificios ni
ofrendas, pero me has preparado un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas
expiatorias. Entonces yo dije lo que está escrito en el libro: "Aquí
estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad.""
Primero
dice: "No quieres ni aceptas sacrificios ni ofrendas, holocaustos ni
víctimas expiatorias", que se ofrecen según la Ley. Después añade:
"Aquí estoy yo para hacer tu voluntad."
Niega
lo primero, para afirmar lo segundo.
Y
conforme a esa voluntad todos quedamos santificados por la oblación del cuerpo
de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
REFLEXIÓN
La segunda
lectura está tomada de la carta a los Hebreos. Supuestamente Pablo
compara la obra cultual de Cristo con la del Antiguo Testamento, y el
sacrificio de Cristo con los antiguos “sacrificios” religiosos. A través de
esta comparación se nos muestra con profundidad la naturaleza y finalidad de la
encarnación. El sacrificio de Cristo tiene lugar de una vez para siempre y no
consiste tanto en la inmolación de una víctima, cuanto en la comunión con el
Padre, a la que todos somos invitados. En lo sucesivo no habrá una religión de
ceremonias y de ritos, sino una religión “en Espíritu y en Verdad”. La voluntad
de Dios no ha sido la muerte del Hijo, sino el hacer partícipe a su Hijo de la
condición humana con el suficiente amor para que todo lo humano quedara
transformado. La sangre del Hijo, más que ofrenda para aplacar a un Dios
justiciero, es don a los seres humanos de un Dios lleno de amor. Nuestra
santificación consiste en vivir “en Espíritu y en Verdad” esa amistad con Dios.
Aquí radica la esencia del Espíritu religioso.
LECTURA
DEL EVANGELIO
LUCAS
1, 39-45
¿Quién
soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
En
aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo
de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En
cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó
Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las
mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién
soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis
oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído,
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."
REFLEXIÓN
Acercarse a
celebrar el nacimiento de Jesús conlleva recordar la condición de mujer y la fe
de María. El episodio llamado de la visitación, del evangelio de Lucas nos
relata el encuentro de dos mujeres madres. María, la galilea, va a Judá, la
región en la que un día el hijo que lleva dentro de ella será rechazado y
condenado a muerte (Lc 1,39). Ante el saludo de la joven, el niño que Isabel
está a punto de dar a luz “salta de gozo” (vv. 41 y 44). La madre alude poco
después a lo que siente dentro de sí; se trata de la alegría del niño –el
futuro Juan Bautista- alrededor de quien habían girado hasta el momento los
acontecimientos narrados en este primer capítulo de Lucas. Juan cede ahora el
paso a Jesús. El gozo es la primera respuesta a la venida del Mesías.
Experimentar alegría porque nos sabemos amados por Dios es prepararnos para la
navidad.
Isabel pronuncia
entonces una doble bendición. Como ocurre siempre en manifestaciones importantes,
Lucas subraya que lo hace “llena del Espíritu Santo” (v. 41). María es
declarada “Bendita entre las mujeres”(v. 42), su condición de mujer es
destacada; en tanto que tal es considerada amada y privilegiada por Dios. Esto
es ratificado por el segundo motivo del elogio: “Bendito el fruto de tu
vientre” (v.42). Este fruto es Jesús, pero el texto subraya el hecho de que por
ahora está en el cuerpo de una mujer, en sus entrañas, tejido de su tejido. El
cuerpo de María deviene así el arca santa donde se alberga el Espíritu y
manifiesta la grandeza de su condición femenina. En su visitante, Isabel
reconoce a la “madre del Señor” (v 43), aquella que dará a luz a quien debe
liberar a su pueblo, según lo anunciaba el profeta Miqueas (5,2-5).
Bendecir (bene-dícere)
significa hablar bien, ensalzar, glorificar. Con anterioridad al nacimiento de
Jesús, aparecen en los evangelios bendiciones por parte de Zacarías, Simeón,
Isabel y María. Todos bendicen a Dios por lo que hace. Pero, al mismo tiempo,
Jesús bendice a los niños, a los enfermos, a los discípulos, al Padre. Toda
bendición va dirigida a Dios. La oración de bendición es, sobre todo, alabanza
de acción de gracias. De este modo celebramos la Eucaristía. Pero también la
bendición se extiende a todas las criaturas incluso a las inanimadas: ramos,
ceniza, pan y vino. Son bienaventurados los santos y especialmente “bendita” es
María, la madre de Jesús.
El Espíritu Santo
ayuda a Isabel a pronunciar una bendición: “¡Bendita eres entre todas las
mujeres y bendito sea el fruto de tu vientre!”. Desde entonces, millones de
veces lo hemos dicho todos los cristianos en el “Ave María”. Son benditos,
bienaventurados o dichosos los que creen en Dios, los que practican la Palabra,
los que dan frutos, los pobres con los que se identifica Jesús.
María creyó. Ésta
fue su grandeza y el fundamento de su felicidad: su fe. María se convierte en
maestra de la fe, aceptando cuanto se le anuncia de parte de Dios aunque ella
no se pudiera explicar el modo como se realizaría aquel plan. Toda la vida de
María se fundamenta en su fe, en la adhesión que ha prestado desde el primer
momento a la revelación que llegó hasta ella.
ORACIÓN
Cuando,
como Isabel, nos llenamos del Espíritu Santo, podemos reconocer en María, a la
hermosa portadora del Mesías, la llenade amor, que se dispone y se entrega,
como El, para cumplir la voluntad del Padre: generar vida. Por eso exclamamos
hoy, a una sola voz, junto con la madre de Juan: ¡Bendita entre todas las
mujeres y Bendito el Fruto de tu Vientre: JESÚS!.Amén
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