sábado, 1 de mayo de 2021

Domingo 09 de Mayo de 2021

  

 

“EL AMOR INFINITO DE DIOS”

 

El domingo pasado nos invitaba la liturgia a dar fruto. El evangelio de hoy continúa el mismo tema, pero así como la segunda lectura de hoy, se detiene en un punto concreto el amor. Jesús mismo nos dice: “Yo los he elegido y los he destinado para que vayan y den fruto, pero un fruto abúndante, lo que les mando es que se amen  unos a otros”.

 

PRIMERA LECTURA

HECHOS DE LOS APÓSTOLES 10,25-26.34-35.44-48

 

“El don del Espíritu Santo se ha derramado también sobre los gentiles”

 

Cuando iba a entrar Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje, pero Pedro lo alzó, diciendo: "Levántate, que soy un hombre como tú." Pedro tomó la palabra y dijo: "Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea." Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus palabras. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles. Pedro añadió: "¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros?" Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos. Palabra del Señor.

 

REFLEXIÓN

 

La primera lectura de este domingo, el famoso episodio de la visita de Pedro a Cornelio, en el capítulo 10 de los Hechos de los Apóstoles, refleja simbólicamente un momento importante del crecimiento del «movimiento de Jesús»: su transformación en una comunidad abierta, transformación que le llevará más allá del judaísmo en el que nació.  Pedro ni sus compañeros de comunidad, todavía no se llamaban «cristianos»... eran simplemente judíos conmovidos por la experiencia de Jesús. Y observaban todas las leyes del judaísmo. Una de ellas era la de no mezclarse con «los gentiles». Y eran leyes sagradas, que eran normalmente observadas por todos, y cuyo incumplimiento implicaba incurrir en «impureza» y obligaba a molestas prácticas de purificación. Pero Pedro da varios saltos hacia adelante. En primer lugar deja de considerar profano o impuro a ninguna persona, es como el levantamiento de una condenación de impureza que pesaba sobre las “otras” religiones desde el punto de vista del judaísmo. Y en segundo lugar «cae en la cuenta» de que Dios no puede tener acepción de personas, ni de religiones, sino que no hace diferencia entre las personas según su etnia o su cultura-religión: acepta a quien practica la justicia, sea de la nación que sea. Si se nos mira desde la cultura, la lengua, la raza o incluso la religión, somos distintos; pero si se piensa en la necesidad que todos tenemos de ser salvados, y en la imposibilidad que todos tenemos, judíos y no judíos, de salvarnos por nuestras solas fuerzas o, méritos, planes o propósitos, entonces somos iguales: no hay distinción. Que Dios no hace distinción de personas no significa que no nos atiende de una manera distinta según nuestras distintas circunstancias y necesidades; significa que en cuanto a la necesidad de la salvación por la gracia somos iguales.

La fraternidad que predica Pedro no es la de quienes “quieren” ser hermanos uniendo en sus esfuerzos, según un ideal que ven conveniente a sus intereses, sino la fraternidad de quienes “se descubren” hermanos, porque han sido amados, perdonados y salvados por un mismo Dios y por una misma gracia.

 

SALMO RESPONSORIAL: 97

R./ El Señor revela a las naciones su salvación.

 

Cantad al Señor un cántico nuevo,

porque ha hecho maravillas;

su diestra le ha dado la victoria,

su santo brazo. R.

 

El Señor da a conocer su victoria,

revela a las naciones su justicia:

se acordó de su misericordia y si fidelidad

en favor de la casa de Israel. R.

 

Los confines de la tierra han contemplado

la victoria de nuestro Dios.

Aclama al Señor, tierra entera;

gritad, vitoread, tocad. R.

 

OREMOS CON EL SALMO Y ACERQUÉMONOS

Se le ha dado a  este salmo varios títulos, tales como “El Juez de la Tierra” o “Canto de alabanza a Dios después de la victoria”. Está inspirado en el libro de Isaías (caps. 56-66). Una victoria del pueblo sirve de ocasión al poeta para dirigir a las naciones toda una invitación para que vengan  a cantar a Dios, reconociendo su poderío y su fidelidad a las promesas hechas a su pueblo. A pesar de su brevedad incluye este salmo dos fragmentos de distinta procedencia: acción de gracias por su liberación y anuncio del reino Dios.

SEGUNDA LECTURA

1JUAN 4,7-10

 

“Dios es Amor”

 

Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. Palabra del Señor.

 

REFLEXIÓN

 

La más bella y sencilla descripción de Dios, nos la ofrece hoy Juan en su primera carta: “Dios es Amor”. Dios es Amor, el Amor es Dios. Por lo mismo, si queremos aprender a amar, si queremos sentirnos y sabernos amados, si queremos amar en plenitud, es necesario sumergirnos en Dios, la fuente misma del amor. Ahora bien, en Dios, el amor es, ante todo, donación de sí,  a los demás. “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió a su Hijo Único para que vivamos por medio de Él y tengamos el perdón pleno de nuestros pecados”. El Amor no es egoísta, es generoso, comunicativo, pura oblación y entrega a favor de quienes se ama. Por eso, Dios nos amó primero y se entregó plenamente a nosotros en su Hijo Jesucristo. De ahí que a nosotros nos corresponde sumergirnos en ese amor, sabernos amados, dejarnos amar de ese Dios Amor, para aprender a  amar. Y cuando lo hacemos, conocemos a Dios y nos hacemos sus hijos amados. 

 

LECTURA DEL EVANGELIO

JUAN 15,9-17

 

“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros." Palabra del Señor.

 

REFLEXIÓN

 

El evangelio de hoy, de Juan, es el del mandamiento nuevo, el mandamiento del amor. Pocas palabras deben saturarnos tanto en el lenguaje cotidiano como ésta: «amor». La escuchamos en la canción de moda, en la conductora superficial de un programa de televisión, en el lenguaje político,  en la telenovela…. Se usa en todos los ámbitos, y en cada uno de ellos significa algo diferente. ¡Pero, sin embargo, la palabra es la misma!

El amor en sentido cristiano no es sinónimo de un amor «rosa»,  placentero, dulzón y sensiblero del lenguaje cotidiano. El amor de Jesús no es el que busca su placer, su «sentir», o su felicidad sino el que busca la vida, la felicidad de aquellos a quienes amamos. Nada es más liberador que el amor; nada hace crecer tanto a los demás como el amor, nada es más fuerte que el amor. Y ese amor lo aprendemos del mismo Jesús que con su ejemplo nos enseña que «la medida del amor es amar sin medida».

Aquí el amor es fruto de una unión, de «permanecer» unidos a aquel que es el amor verdadero. Y ese amor supone la exigencia -«mandamiento»- que nace del mismo amor, y por tanto es libre, de amar hasta el extremo, de ser capaces de dar la vida para engendrar más vida. El amor así entendido es siempre el «amor mayor», como el que condujo a Jesús a aceptar la muerte a que lo condenaban los violentos. A ese amor somos invitados, a amar como Él, movidos por una estrecha relación con el Padre y con el Hijo. Ese amor no tendrá la liviandad de la brisa, sino que permanecerá, como permanece la rama unida a la planta para dar fruto. Cuando el amor permanece, y se hace presente mutuamente entre los discípulos, es signo evidente de la estrecha unión de los seguidores de Jesús con su Señor, como es signo, también, de la relación entre el Señor y su Padre. Esto genera una unión plena entre todos los que son parte de esta «familia», y que llena de gozo a todos sus miembros donde unos y otros se pertenecen mutuamente aunque siempre la iniciativa primera sea de Dios.

 

ORACIÓN

Gracias mi Buen Señor por amarnos hasta el extremo. Que seas tú, Señor, quien nos mueva a amar y dejarnos ser amados. El verdadero amor todo lo entrega, nada espera, todo lo da, Señor ayúdanos a amar como tú lo haces, a amar con tu amor y  generar vida para los demás. Amén

 

 “El amor es el lenguaje de Dios, que se ha dado a conocer en plenitud en el sacrificio de  su hijo Jesucristo”

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