“PERMANECER EN LA VID VERDADERA: JESUCRISTO”
HECHOS DE LOS APÓSTOLES 9,26-31
REFLEXIÓN
Pablo había encontrado a Jesús en su vida, de fariseo perseguidor paso a
entregarse plenamente a Él, pero los hermanos “no se fiaban de que fuera
realmente discípulo” hasta que lo probó con su testimonio. Lucas nos dice que
se presentó a los Apóstoles para que lo conocieran mejor, les contó su
experiencia del Resucitado (es el “ver al Señor”), acogió la Palabra de Jesús y
la misión que el Señor le entregó, y se dedicó de lleno a predicar por todas partes
en nombre de Jesús. He ahí una vida con fruto abundante.
La comunidad primera, por su parte, “gozaba de paz, se iba construyendo y
progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu
Santo”. ¿No son éstos los frutos comunitarios de la fe pascual?. Pero si
nuestras comunidades están divididas, no se construyen y progresan en la
fidelidad, y no crecen en número porque les falta vida del Espíritu, es señal
de que están siendo ramas secas y faltas de vida, que no merecen recibir savia
en vano. A todos nosotros nos corresponde, pues, luchar por mantener la
comunión afectiva y efectiva con Cristo y dar fruto abundante, personal y
comunitariamente, de la vida pascual que hoy celebramos.
SALMO RESPONSORIAL: 21
R./El Señor es mi alabanza en la gran asamblea.
Cumpliré mis votos delante de sus fieles.
Los desvalidos comerán hasta saciarse,
alabarán al Señor los que lo buscan:
viva su corazón por siempre. R.
Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.
Ante él se postrarán las cenizas de la tumba,
ante él se inclinarán los que bajan al polvo. R.
Me hará vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor. R.
OREMOS CON EL SALMO
Este Salmo supera a todos los de su género por la intensidad de la súplica
y por la impresionante descripción de los sufrimientos que aquejan al salmista.
En él se encuentra expresado el desamparo de un hombre justo, que ha tocado el
límite del sufrimiento físico y moral, sobre todo, el de sentirse abandonado
por Dios. Sin embargo, incluso en medio de los mayores sufrimientos, el
salmista suplica con una inquebrantable confianza en Dios y está seguro de la
liberación final. Por eso, su oración concluye con un canto de alabanza y de
acción de gracias, en el que todos los fieles son invitados a celebrar al
Señor, que no niega su ayuda a los pobres.
SEGUNDA LECTURA
1JUAN 3,18-24
“Éste es su mandamiento: que creamos y que amemos”
Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En
esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia
ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que
nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena,
tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de él, porque
guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su
mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos
unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en
Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu
que nos dio. Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
En esta segunda lectura tengamos claro que el contexto y experiencia de vida de la comunidad de Juan es sobre el amor de Dios y de cómo ese amor nos ha hecho sus hijos. Ese amor no se queda solo en el interior de las tres personas divinas, sino que Dios lo vuelca o lo derrama sobre cada uno de nosotros para hacernos partícipes, llamándonos sus hijos. La invitación es a entrar a participar de una relación de intimidad, dejando que Dios nos comunique su amor desde su ser maternal y paternal, y nosotros a su vez hacernos en nuestras relaciones humanas testigos compartiendo ese mismo amor. Ese amor no puede quedarse en lo abstracto, emocional o sustantivo; sino tiene que hacerse acción o verbo, es decir respaldar con obras de verdad la fe que decimos profesar. En la comunidad de Juan las obras o acciones siempre están fundamentadas en el amor. Creer en el Hijo de Dios, el Cristo que ha resucitado debe traer a la comunidad una certeza o seguridad en el amor entre los hermanos. No se puede creer en Jesús sin amar a los hermanos. Una vez más tenemos que afirmar que “Sólo el amor es el verdadero signo de fe en el Resucitado”. Para este nuevo camino o movimiento que experimentan todos los creyentes en Jesús, “una fe sin obras fruto del amor es una fe sin savia, sin vida, sin raíz”.
LECTURA DEL EVANGELIO
JUAN 15,1-8
“El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante”
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Yo soy la verdadera
vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo
arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya
estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en
vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la
vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque
sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el
sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si
permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis,
y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante;
así seréis discípulos míos." Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
Hace una semana contemplábamos a Jesús como Pastor Bueno y Verdadero, hoy nos situamos ante él como la Vid verdadera, el tronco fundamental al que debemos estar unidos y aferrados para sentir fuertemente la experiencia pascual. Para entender bien este texto es necesario saber que tanto la vid (o las uvas) o como la higuera (higos) son símbolos del pueblo de Dios en el AT. Así, el profeta Oseas (9,10), refiriéndose al pueblo, dice: "Como uvas en el desierto encontré a Israel, como breva en la higuera descubrí a vuestros padres". Pero tanto la vid, como la higuera (abundante en hojas, pero sin frutos) son figura del pueblo judío y de sus gobernantes, que no se han mantenido fieles a Dios. El fruto que Dios esperaba de Israel era el cumplimiento de las dos exigencias fundamentales de la Ley: el amor a Dios y el amor al prójimo como a sí mismo. Practicar ese amor, en la justicia y el derecho, era la tarea preparatoria de la antigua alianza en relación con el reinado de Dios prometido. Sin embargo este pueblo no dió los frutos deseados a lo largo de la historia.
Frente a aquel pueblo que había sido infiel a Dios a lo largo de la
historia, Jesús funda un nuevo pueblo, una comunidad humana nueva, verdadero
pueblo de Dios, cuya identidad le viene de la unión con Él, que le comunica
incesantemente el Espíritu, y el fruto de su actividad depende de ella. La vid
o la viña es el símbolo de Israel como pueblo de Dios (Jer 2,21; Ez 19,10-12).
La afirmación de Jesús se contrapone a esos textos; no hay más pueblo de Dios
(vid y sarmientos) que la nueva humanidad que se construye a partir de Él.
El texto de Juan, repite constantemente dos temas fundamentales.
Siete veces insiste en la necesidad de “permanecer” unidos a Cristo y que Él
permanezca en nosotros y cinco veces en la importancia de “dar fruto” si
queremos que la vida en Cristo tenga sentido. La vida en Cristo, la experiencia
de su Pascua, tienen que producir fruto y el Padre Dios quiere que sea
fruto abundante; pero no podemos dar fruto si no estamos unidos a Cristo
y permanecemos en comunión con Él, nos secamos y morimos. El
sarmiento no produce fruto cuando no responde a la vida que recibe y no la
comunica a otros. El Padre, que cuida de la viña, lo corta: es un sarmiento que
no pertenece a la vid, quien, en cambio, da fruto, lo podan para que dé
más fruto. Permanecer en Cristo es estar unido íntimamente a Él,
recibir su savia, su vida, su fuerza, escuchar su Palabra, mantener ardiente el
fuego del Espíritu y aferrarse a Él para lograr tener sus mismos sentimientos
y llegar a ser conforme a Él en su vida y en su muerte (Fil 3,10.)
Ahora bien, quien permanece unido a Jesús, da fruto abundante. Y es bueno
recordar que, para que un árbol dé fruto, hay que hacer primero un proceso
largo de limpieza del terreno, la siembra, el cuidado y la atención a la
planta, el riego a tiempo, la poda que limpia y fortalece y, sólo después, la
flor y el fruto. Quien practica el amor tiene que seguir un proceso
ascendente, un desarrollo, hecho posible por la limpia que el Padre hace. Con
ella elimina factores de muerte, haciendo que el discípulo sea cada vez más
auténtico y más libre, y aumente así su capacidad de entrega y su eficacia.
Pretende acrecentar el fruto: en el discípulo, fruto de madurez; en otros, en su comunidad, fruto de nueva humanidad.
Es importante, pues, que en esta quinta semana de Pascua revisemos nuestra
vida, y analicemos cómo está nuestra unión fundamental con Cristo y qué frutos
estamos produciendo, que indiquen camino de maduración y de fe. La vida
cristiana no se puede quedar en sentimientos y en buenos deseos. Jesús y
los demás quieren ver frutos, y especialmente el fruto del amor; con ellos
damos gloria al Padre y con ellos damos testimonio ante los demás que vale la
pena creer en Jesús.
ORACIÓN
Señor haz que permanezcamos fieles a ti, a tu amor, como tú has
permanecido y permaneces siempre fiel a nosotros; llénanos de tu
Espíritu, transfórmanos y ayúdanos a permanecer siempre unidos a la
vid, a tu proyecto, a ti que eres la fuente de vida, para así dar buen
fruto abundante, verdadero, el fruto del amor que se proyecta
a los demás. Amén.
“Tres verbos del camino del cristiano: ser purificado, permanecer y dar fruto, y frutos en el amor”
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