“AMAR AL HERMANO ES PERMANECER EN LA LUZ
PARA DAR TESTIMONIO”
PRIMERA
LECTURA
1JUAN
2,3-11
Queridos, no os escribo un
mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio.
Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os
escribo un mandamiento nuevo -lo cual es verdadero en él y en vosotros-, pues
las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la
luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano
permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las
tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas
han cegado sus ojos. Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
La Primera Carta de Juan ya tuvo que tratar el tema de la gente
que se creía muy iluminada pero que llevaba una vida oscura. Lo básico es que
la vida tiene que resplandecer, y que una luz que se queda en el nivel del
conocimiento no es la luz verdadera.
Juan nos dice dónde está la prueba de la verdadera fe: “en esto
sabemos que le conocemos, en que guardamos sus mandamientos”. Y no como los
gnósticos de fines del primer siglo, contra los que escribe esta carta, que daban
prioridad absoluta al saber (gnosis, conocimiento), y con eso se sentían
salvados, sin prestar gran atención a las consecuencias de la vida. No actuaban
según ese conocimiento de Dios.
Más en concreto todavía, para Juan la demostración de que hemos
dejado la oscuridad y entrado en la luz, es si amamos al hermano. Es la
consecuencia de haber conocido el misterio del amor de Dios en esta Navidad:
también nosotros tenemos que imitar su gran mandamiento, que es el amor. La
teoría es fácil. La práctica no lo es tanto y las dos deben ir juntas.
SALMO
RESPONSORIAL: 95
R/Alégrese el cielo, goce la tierra.
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R.
El Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo.
R.
OREMOS CON EL SALMO
La proclamación
de la realeza del Señor es asociada en este himno a dos acontecimientos
decisivos de su obra salvadora: la creación y el juicio. La primera establece
en la naturaleza el orden querido por Dios; el segundo restablece en la
historia el orden quebrantado por la injusticia. Por eso, no sólo los hombres,
sino todos los seres creados son invitados a celebrar jubilosamente la llegada
del Señor, que viene a instaurar definitivamente su justicia.
LECTURA
DEL EVANGELIO
LUCAS
2,22-35
“Luz para alumbrar a las naciones”
Cuando
llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús
lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito
en la ley del Señor: "Todo primogénito varón será consagrado al
Señor", y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: "un
par de tórtolas o dos pichones."
Vivía
entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que
aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había
recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al
Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con
el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo
tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel."
Su padre y su madre estaban
admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María su
madre: "Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se
levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de
muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma." Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
En tiempos de Jesús era costumbre presentar al niño ante el Señor
en el Templo de Jerusalén y ofrecer un sacrificio de purificación por él. Los
pudientes sacrificaban un ternero, otros un cordero, y los más pobres un par de
tórtolas. Lo que significa que José y María eran pobres, recalcándose así,
nuevamente, el origen humilde de Jesús. Este niño es el que despierta el canto
del viejo Simeón. Quien reconoce al Mesías es una persona pobre, en este caso
un anciano. Al final se termina poniendo de manifiesto el destino de Jesús como
signo de contradicción; y María también sufrirá por su hijo, compartirá el
dolor de aquél que morirá en defensa de la vida. Muchos tienen el deseo de
recibir al Salvador, el que traerá la justicia. Creer en un Dios hecho niño y
pobre nos encara con un compromiso inaplazable por la justicia y la
solidaridad. Debemos ver a Dios en lo pequeño, en los despreciados por la
sociedad, en los pobres que claman justicia y dignidad. Hoy son nuestros
pueblos los que escuchan y buscan la liberación de tantas situaciones
infrahumanas. Recibamos al niño Jesús en el rostro de los necesitados de
nuestra sociedad.
ORACIÓN
Gracias, Señor, finalizando este año,
reconocemos todos los signos de bondad y misericordia para nosotros. Porque has
dispuesto que tu Hijo fuera la luz que vino a iluminar nuestro sendero y a
guiar todos los pueblos en la búsqueda de la verdad, la paz y la vida plena.
Continúa Buen Señor, dándonos animadores que nos sigan motivando a seguir
nuestro caminar hacia tu Reino. Oramos, damos gracias y bendecimos la vida de
Lucila Mojica en su cumpleaños. Amén.
“Él se ha hecho como nosotros para que aprendamos a vivir como Él.
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