jueves, 1 de agosto de 2019

Domingo 04 de Agosto de 2019


“COMPARTIR LOS BIENES MATERIALES PARA ALCANZAR LOS ETERNOS”

PRIMERA LECTURA
ECLESIASTÉS 1, 2; 2, 21-23

“¿Qué saca el hombre de todos los trabajos?”

¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad! Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no ha trabajado. También esto es vanidad y grave desgracia.  Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto es vanidad.  Palabra de Dios.

REFLEXIÓN
Podríamos calificar de contestatario al autor del Eclesiastés, el sabio Qohélet, el cual hoy  nos desconcierta, es una voz escéptica y crítica: “¿Qué provecho saca el hombre de todos los afanes que persigue bajo el sol?” (1,3) y su respuesta: vanidad de vanidades (se puede traducir también por vaciedad, sin sentido...) todo es vanidad. ¿Cómo se nos propone a los cristianos este libro, como Palabra de Dios, con esa respuesta tan materialista, tan poco optimista...?

El autor recorre a lo largo de su libro todas las esferas del ámbito humano: trabajo, riqueza, dolor, alegría, decepciones, religión, justicia, sabiduría, ignorancia, el tiempo, la muerte... buscando respuesta a su pregunta. Hagamos lo que hagamos en nuestra vida, al final el destino es el mismo para todos los hombres: la muerte, ¿la nada? El libro del Eclesiastés, en la lectura de hoy podemos decir que tiene un sabor "existencialista," si queremos usar esa expresión. De fondo, el tema permanente es que la vida requiere renuncias, esfuerzos, padecimientos, y por ello es inevitable preguntarse, en el lenguaje que sea, si eso, si todo eso, merece la pena. La respuesta de la primera lectura es que no; la respuesta del evangelio de hoy es que se engañan los que piensan que una gran abundancia es compensación justa a un largo esfuerzo.
Nosotros, lo mismo que los hombres del siglo I o del siglo XIII, nos preguntamos a nuestra propia manera por el sentido de la vida. El joven que anda aburrido a pesar de que parece tenerlo todo y vivir en un país próspero, la madre de familia que un día se ve hastiada de su rutina y ve con pavor que la amargura se le entra en el alma, el profesor que no sabe si ha valido la pena su vida de esfuerzos y desvelos, el abuelo que se queda mirando el horizonte, esperando la visita que nunca llega... Todos ellos, en su propio modo, están preguntándose si ha valido la pena lo que han sufrido y soñado. Es una pregunta que sencillamente no podemos esquivar; para huir de ella tendríamos que huir de nosotros mismos.
No está mal que Qohélet nos recuerde el sabor de las cosas sencillas, el disfrute de las cosas ordinarias, que también son don de Dios, en esto nos conectaría muy bien con la mentalidad presentista; “Aprovecha el día a día”... No hace falta que hagamos un esfuerzo grandísimo en salir de esta realidad temporal para encontrar a Dios. Él es compañero cercano de todo lo que vivimos. Nos lo dice la fe. La vida tiene sentido porque somos personas humanas, no animalitos, y en nuestros genes llevamos escrita esa búsqueda de sentido, porque estamos hechos “a imagen y semejanza de Dios”, un Dios creador, que se mueve, que sale de sí, que inventa, que busca, que nos da nuevas esperanzas.

SALMO RESPONSORIAL: 89
R. / Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Tú reduces el hombre a polvo, diciendo:
"Retornad, hijos de Adán."
Mil años en tu presencia son un ayer,
que pasó; una vela nocturna. R.

Los siembras año por año,
como hierba que se renueva:
que florece y se renueva por la mañana,
y por la tarde la siegan y se seca. R.

Enséñanos a calcular nuestros años,
para que adquiramos un corazón sensato.
Vuélvete, Señor, ¿hasta cuándo?
Ten compasión de tus siervos. R.

Por la mañana sácianos de tu misericordia,
y toda nuestra vida será alegría y júbilo.
Baje a nosotros la bondad del Señor
y haga prósperas las obras de nuestras manos. R.

OREMOS CON EL SALMO
En los momentos de aflicción, el ser humano se da mejor cuenta de su pequeñez. No tiene nadie más en quien confiar sino en Dios. La vida presente es pasajera. Pero el amor de Dios va más allá de la muerte. La garantía de nuestra esperanza es Jesucristo, el que se entregó sin medida.     

SEGUNDA LECTURA
COLOSENSES 3, 1-5. 9-11

“Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo”

Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria. En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría. No sigáis engañándoos unos a otros. Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo. En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos. Palabra del Señor.

REFLEXIÓN
Pablo en su mensaje a la comunidad de Colosas, da una gran cátedra de lo que es la práctica cristiana. Quien está revestido de Cristo es un ser humano nuevo; por tanto, no puede permitir que las viejas prácticas de la injusticia, de la mentira y el egoísmo, que Pablo simboliza como cosas de la tierra, primen en su vida y especialmente en las relaciones de la comunidad. Debemos ser mujeres y hombres de cielo, es decir, revestirnos de la verdad, la misericordia, y sobre todo, del reconocimiento y respeto a la diversidad y la diferencia. Pablo lo entendió bien cuando insiste en que, por ser cristianos, pertenecemos a Cristo resucitado y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Por eso, hemos de “buscar los bienes de arriba y   poner todo el corazón en los bienes y proyectos del cielo”. Los bienes y riquezas de la tierra son fugaces, temporales y perecederos; en cambio los bienes del cielo son firmes y permanentes. Los bienes y la tierra nos empobrecen cuando nos esclavizan; en cambio los bienes del cielo nos enriquecen liberándonos cuando nos abren a lo nuevo, que es una vida de amor, solidaridad y servicio.  

LECTURA DEL EVANGELIO
LUCAS 12, 13-21

“Lo que has acumulado, ¿de quién será?”

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: "Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia." Él le contestó: "Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?" Y dijo a la gente: "Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes."
Y les propuso una parábola: "Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha." Y se dijo: "Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida." Pero Dios le dijo: "Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? " Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios." Palabra del Señor.

REFLEXIÓN

El texto del evangelio va en la misma línea sapiencial que la 1ª lectura: el ser humano busca sin descanso la alegría y la felicidad, pero en torno a esta búsqueda planean serios peligros. Uno de ellos: poner la felicidad en la acumulación insaciable de bienes, la codicia.  A Jesús, como Maestro, se le acercan dos hermanos en litigio y le suplican que ponga orden entre ellos, que haga justicia. Jesús sabe ponerse en su sitio: él no ha venido al mundo como juez jurídico, legal. Va más allá de lo externo, va a la raíz de los problemas, que están en el corazón del ser humano.Para Él es más importante desenmascarar la codicia que nos domina, que hacer valer los derechos de cada uno. Con lo primero, se conseguirá lo segundo.
Sus palabras son magistrales: “eviten toda clase de codicia, porque aunque uno lo tenga todo, no son sus posesiones las que le dan vida”. Jesús no invita al conformismo. Lo primero es la justicia, querida por Dios, predicada por Jesús: que todos tengan pan, educación, techo... fruto de la comunión, de la solidaridad, nuevo nombre de la justicia, eso es el Reino, la Nueva Humanidad. Pero puede ocurrir que cuando tengamos lo justo, lo que nos corresponde como hijos y hermanos, ambicionemos más. Esta codicia nunca nos permitirá ya descansar. Es muy difícil ya decirse a uno mismo: “Hombre, tienes muchas cosas guardadas para muchos años, descansa, come, bebe, pásalo bien...” normalmente, no hay quien detenga ya el dinamismo de la codicia. Hay que estar alerta. ¿Hasta dónde llegar en la acumulación de bienes?

La codicia de unos pocos o de unos muchos impide el desarrollo de los pueblos. En los últimos años, las crisis han acelerado la brecha entre ricos y pobres; tenemos una humanidad  que bate sus records con  la desigualdad mayor de su historia: 85 personas tienen una riqueza equivalente al patrimonio de la mitad pobre de la humanidad.  La palabra de Jesús en el Evangelio de hoy no puede quedar reducida a una consideración de la necesidad personal individual de «no ser avaro o codicioso»... Hoy ha de ser aplicada también a la situación planetaria, a  la estructura económica mundial, de un mundo que sigue y sigue acentuando sus diferencias.  La teología de la liberación tiene muy claro que el pecado –¡y las virtudes!– pueden ser no sólo personales/individuales, sino también sociales, estructurales, es decir es que el mal, el pecado, con frecuencia, toma cuerpo, en las estructuras sociales.  La Utopía, el Mundo nuevo, ¡el Reino de Dios!, como la llamaba Jesús–, no estará realizado cuando esté en todos los corazones (personales, individuales), sino cuando tome cuerpo también en estructuras que lo hagan posible, realizable, verificable.  La respuesta cristiana es «vivir como Jesús»: vivir confiados en las manos del Padre/Madre Dios, buscando el Reino-Utopía como lo  principal. «Lo demás vendrá por añadidura». El verdadero enriquecerse es amasar una única fortuna: la del amor, el favorecimiento de la vida, el descentramiento de sí mismo en favor del centramiento en el amor, las buenas obras con los más pequeños y desfavorecidos (Mt 6,19).

ORACIÓN
Señor ayúdanos, por favor, a desprendernos y desacomodarnos de los bienes que por tu misericordia nos regalas y a entender que todo es para la misión que nos encomendaste al enviarnos a la tierra,  que es aprender a vivir un reino diferente al que ha tergiversado el ser humano,  aquel reino basado en la fraternidad, el compartir, el no egoísmo y el amistarse contigo Dios de amor, para así volver a Tí. Amén


“Que la mayor riqueza que anhelemos sea seguir al Dueño de la vida”

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