“HACER MEMORIA”
PRIMERA
LECTURA
EXODO
24,3-8
“Ésta
es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros”
En
aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y
todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: "Haremos todo lo que dice
el Señor." Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se
levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por
las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al
Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la
sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar.
Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el
cual respondió: "Haremos todo lo que manda el Señor y lo
obedeceremos." Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo:
"Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre
todos estos mandatos." Palabra de Dios. Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
Celebramos hoy la fiesta del Cuerpo y la Sangre de
Cristo, es decir, de la Eucaristía. Cada semana nos reunimos en la iglesia para
celebrar este Banquete de Vida y de Amor, y la liturgia quiere que le
dediquemos un día a reflexionar sobre lo que ella significa para nosotros los
cristianos. En todas las religiones se da una experiencia que marca la vida del
creyente. Por una parte, hay una conciencia y una experiencia de Dios como el
Ser grande y poderoso, trascendente y único, dueño de todo y Señor de la vida y
de la historia. Por otra parte, se experimenta
la debilidad y la pequeñez de la realidad humana, somos débiles, pobres,
necesitados y frágiles. Por eso se acude a Dios con los sacrificios, como una
manera concreta de entrar en relación con la divinidad.
En el pueblo de Israel se llegaron a dar tres clases
de sacrificios. El primero era el holocausto. La víctima era ofrecida por el
sacerdote, en nombre de la comunidad, derramando la sangre sobre el altar y
quemando totalmente la víctima como ofrenda que se consume en honor de la
divinidad; la segunda forma es el de comunión. Los que ofrecen a Dios una
víctima, quieren entregarle a él una parte del animal sacrificado, que consumen
en el fuego, y comparten gozosos el resto de la ofrenda como donación y vida
compartida, la tercera forma es la de expiación y petición. La víctima es
ofrecida a Dios en acción de gracias por su misericordia y bondad, y se recibe
de él, el perdón y su favor.
Con Jesucristo hemos celebrado un nuevo sacrificio, una nueva
Alianza, un Nuevo Testamento, en
la que ya no se ofrece un sacrificio animal, sino que se ofrece la propia
existencia como testimonio de un nuevo orden, de un mundo totalmente distinto y
cercano en el que la vida alcanza su sentido pleno. Jesús, en la
Cruz, entregó la vida, la Sangre de Jesús, entregada, es la demostración del
amor, es la oración viva que hace posible esta Alianza Nueva. El amor infinito
de Jesús, está a favor de nosotros en
perdón, misericordia y reconciliación.
Salmo responsorial: 115
R./ Alzaré
la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo
de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de
alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
R.
OREMOS CON EL SALMO
En este salmo alguien que ha experimentado la
protección divina en una grave aflicción da gracias al Señor por su bondad y
proclama ante la comunidad los beneficios recibidos de Dios. La eucaristía es
la acción de gracias de la Iglesia por los beneficios recibidos mediante Cristo
y así repite con el salmista “Alzaré la copa de la salvación invocando su
nombre”.
SEGUNDA
LECTURA
HEBREOS
9,11-15
“La
sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia”
Hermanos:
Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo
es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de
este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya
propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la
liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con
las cenizas de una becerra tienen poder de consagrar a los profanos,
devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en
virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha,
podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto
del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha
habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera
alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
La
carta a los hebreos describe la otra dimensión de la alianza. Si la sangre que
se esparcía, según la primera lectura, era capaz de conferir la pureza, en un
rito que se mantenía en lo exterior, ahora la sangre de Cristo tiene un poder
liberador, transformador, sanador y purificador, no nos dejará libres o puros
legalmente, sino que purificara nuestra conciencia de toda contaminación,
capacitándonos para darle el verdadero culto a Dios, por la fuerza del Espíritu
Santo. Es el sacrificio de Cristo hecho una vez para siempre, para limpiar
nuestras vidas de las obras que conducen a
la muerte y disponernos al servicio eterno de Dios. Jesús, con su muerte
nos limpia, perdona y purifica llevando a plenitud la Antigua Alianza para que
podamos todos recibir la herencia prometida. La copa entregada en la cena nos
remite a Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote en la Cruz, entregando su vida entera
(Cuerpo y Sangre) como el verdadero y
perfecto sacrificio por los pecados del mundo.
LECTURA
DEL EVANGELIO
MARCOS
14,12-16.22-26
“Esto
es mi cuerpo. Ésta es mi sangre”
El
primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron
a Jesús sus discípulos: "¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena
de Pascua?" Él envió a dos discípulos, diciéndoles: "Id a la ciudad,
encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en
que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la
habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará
una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí
la cena." Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron
lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían. Jesús
tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
"Tomad, esto es mi cuerpo." Cogiendo una copa, pronunció la acción de
gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: "Ésta es mi sangre,
sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber
del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de
Dios." Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
El evangelio de este día desde la
experiencia de la comunidad de Marcos nos recuerda el gesto de entrega
apasionada y directa que Jesús hace de su existencia en la última cena; entra
en comunión con ese grupo de mujeres y hombres, discípulos, que han hecho
escuela con él y que se preparan para el momento definitivo.
«En la cena con sus discípulos,
Jesús ofrece el pan («tomad) y explica que es su cuerpo. En la cultura judía «cuerpo» significaba la persona en cuanto identidad,
presencia y actividad; al invitar a tomar el pan/cuerpo, invita Jesús a
asimilarse a él, a aceptar su persona y actividad como norma de vida; él mismo da la fuerza
para ello, al hacerse pan/alimento. El efecto que produce el pan en la vida humana
es el que produce Jesús en sus discípulos, que deben digerir su forma de ser y de vivir, haciéndola vida de
sus vidas. Jesús da la copa, después de
darla a beber, dice que «ésa es la sangre de la alianza que se derrama por
todos». La sangre que se derrama significa la muerte, «Beber de la copa»
significa, aceptar la muerte de Jesús y comprometerse, como él, a no desistir
de la actividad salvadora, por temor ni siquiera a la muerte. «Comer el pan» y
«beber la copa» son actos inseparables; es decir, que no se puede aceptar la
vida de Jesús sin aceptar su entrega hasta el fin, y que el compromiso de quien
sigue a Jesús incluye una entrega como la suya. Éste es el verdadero
significado de la eucaristía. Tal vez nosotros la hayamos reducido al misterio
–por lo demás bastante difícil de entender y explicar– de la conversión del pan
y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Así el Cuerpo de Jesús supera la
expectativa estética, exterior y entra en una dimensión interior y espiritual; desde el cuerpo físico
de Jesús surgiría para todos nosotros una pregunta ¿Hacemos de nuestro cuerpo
una signo de encuentro para entrar en comunión con Dios y con los otros?. Hoy en la fiesta del Cuerpo
y Sangre del Señor debería quedarnos claro que la “verdadera Eucaristía” es
Dios que se nos da como alimento pero que necesariamente nos hace a todos los
que compartimos su cuerpo alimento de vida para otros.
ORACIÓN
Gracias
Señor por darnos a comprender el verdadero sentido de hacerte cuerpo y sangre
para que pudiésemos gozar de la libertad de los hijos de Dios y permanecer
cubiertos por ti, como también la importancia de un sistema de vida justo y
solidario. Perdónanos por no vivirlo así y ayúdanos te pedimos a adherirnos a
ti y seguir naciendo de nuevo. Amén
“En la Última Cena,
Jesús dijo e hizo cosas que quedaron grabadas para siempre en el corazón de los
suyos”
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