“¿DESPUÉS DE ESTA VIDA QUÉ?”
PRIMERA LECTURA
EZEQUIEL 37,12-14
“Os infundiré, mi espíritu, y viviréis”
Así dice el Señor: "Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré
salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y,
cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío,
sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en
vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago." Oráculo del
Señor. Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
Muchos pueblos de la tierra, en el pasado y en el presente, se han visto
forzados a abandonar su tierra, a marchar al exilio. Sus habitantes forman las
legiones de desplazados y refugiados que, hoy por hoy, las Naciones Unidas, a
través de su Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR), se esfuerzan por
atender. Para un desplazado no hay peor desgracia que morir lejos del paisaje
familiar, de la tierra nutricia, del suelo patrio. El profeta Ezequiel, en la
primera lectura, afronta esta situación viviéndola con su pueblo de Judá, hace
26 siglos: comienzan a morir los ancianos, los enfermos, los más débiles, lejos
de Jerusalén, de la tierra que Dios prometiera a los patriarcas, la tierra a la
cual Moisés condujera al pueblo, la que conquistara Josué. Al dolor por la
muerte de los seres queridos se suma el de verlos morir en suelo extranjero, el
de tener que sepultarlos entre extraños. Pero la voz del profeta se convierte
en consuelo de Dios: Él mismo sacará de las tumbas a su pueblo, abrirá sus
sepulcros y los hará volver a la amada tierra de Israel. Su pueblo conocerá que
Dios es el Señor cuando Él derrame en abundancia su Espíritu sobre los
sobrevivientes.
En el Antiguo Testamento no aparece claramente una expectativa de vida
eterna, de vida más allá de la muerte. Sólo en los últimos libros del Antiguo
Testamento, como en Daniel, en Sabiduría y en Macabeos, encontramos textos que
hablan más o menos confusamente de una esperanza de vida más allá de la muerte,
de una posibilidad de volver a vivir por voluntad de Dios, de resucitar. Esta
esperanza tímida surge en el contexto de la pregunta por la retribución y el
ejercicio de la justicia divina: ¿Cuándo premiará Dios al justo, al mártir de
la fe, por ejemplo, o castigará al impío perseguidor de su pueblo, si la muerte
se los ha llevado? ¿Cuándo realizará Dios plenamente las promesas a favor de su
pueblo elegido?
SALMO RESPONSORIAL:
129
R. / Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R.
Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿Quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
así infundes respeto. R.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma guarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R.
Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R.
OREMOS CON EL SALMO
El salmo de hoy, es típicamente una fórmula de súplica que era utilizado
por Israel en las ceremonias penitenciales comunitarias, particularmente en la
fiesta de la Expiación, que consistía en ofrecer sacrificios en reparación por
los pecados, antes de renovar la Alianza. Lo que llama la atención es que el
“grito” del pecador no tiene por objeto confesar su pecado en forma detallada:
no sabe de qué pecado se trata, el énfasis está en la certeza del perdón. Este
salmo es ante todo un “grito de esperanza”.
SEGUNDA LECTURA
ROMANOS 8,8-11
“El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en
vosotros”
Hermanos: Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios.
Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el
Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no
es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por
el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu
del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que
resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros
cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros. Palabra del
Señor.
REFLEXIÓN
La segunda lectura está tomada de la carta de Pablo a los romanos,
considerada como su testamento espiritual, redactada con unas categorías
antropológicas complicadas, muy alejadas de las nuestras, que nos inducen
fácilmente a confusión. El fragmento de hoy está escogido para hacer referencia
al tema que hemos escuchado en la 1ª lectura: los cristianos hemos recibido el
Espíritu que el Señor prometía en los ya lejanos tiempos del exilio, no estamos
ya en la “carne”, es decir -en el lenguaje de Pablo-: no estamos ya en el
pecado, en el egoísmo estéril, en la codicia desenfrenada. Estamos en el
Espíritu, o sea, en la vida verdadera del amor, el perdón y el servicio, como
Cristo, que posee plenamente el Espíritu para dárnoslo sin medida. Y si el
Espíritu resucitó a Jesús de entre los muertos, también nos resucitará a
nosotros, para que participemos de la vida plena de Dios.
LECTURA DEL EVANGELIO
JUAN 11,1-45
“Yo soy la resurrección y la vida”
En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de
Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con
perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano
Lázaro.
Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: "Señor, tu amigo
está enfermo." Jesús, al oírlo, dijo: "Esta enfermedad no acabará en
la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios
sea glorificado por ella." Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro.
Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde
estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: "Vamos otra vez a
Judea."
Los discípulos le replican: "Maestro, hace poco intentaban apedrearte
los judíos, ¿y vas a volver allí?" Jesús contestó: "¿No tiene el día
doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo;
pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Dicho esto, añadió:
"Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo." Entonces le
dijeron sus discípulos: "Señor, si duerme, se salvará." Jesús se
refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural.
Entonces Jesús les replicó claramente: "Lázaro ha muerto, y me alegro por
vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su
casa." Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
"Vamos también nosotros y muramos con él."
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania
distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a
ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se
enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en
casa. Y dijo Marta a Jesús: "Señor, si hubieras estado aquí no habría
muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo
concederá." Jesús le dijo: "Tu hermano resucitará." Marta
respondió: "Sé que resucitará en la resurrección del último día."
Jesús le dice: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí,
aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para
siempre. ¿Crees esto?" Ella le contestó: "Sí, Señor: yo creo que tú
eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo."
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
"El Maestro está ahí y te llama." Apenas lo oyó, se levantó y salió
adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que
estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en
casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron,
pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba
Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: "Señor, si hubieras estado
aquí no habría muerto mi hermano." Jesús, viéndola llorar a ella y viendo
llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó:
"¿Donde lo habéis enterrado?" Le contestaron: "Señor, ven a
verlo." Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: "¡Cómo lo
quería!" Pero algunos dijeron: "Y uno que le ha abierto los ojos a un
ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?" Jesús, sollozando de
nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús:
"Quitad la losa." Marta, la hermana del muerto, le dice: "Señor,
ya huele mal, porque lleva cuatro días." Jesús le dice: "¿No te he
dicho que si crees verás la gloria de Dios?" Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: "Padre, te doy gracias porque
me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente
que me rodea, para que crean que tú me has enviado." Y dicho esto, gritó
con voz potente: "Lázaro, ven afuera." El muerto salió, los pies y
las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
"Desatadlo y dejadlo andar." Y muchos judíos que habían venido a casa
de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él. Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
El evangelio nos presenta el último de los signos realizados por Jesús,
que insiste en que su finalidad es “manifestar la gloria de Dios”. Por su vida
y obras, Jesús revela al Padre, y a ello deben corresponder los discípulos
confesando su fe en él. En el relato, esta fe de los discípulos, pasa por un
proceso de crecimiento, que se deja ver claramente en los diálogos que tienen
los doce y las hermanas con Jesús. El gran gestor de este proceso en los
discípulos es Jesús, que por su palabra y su propia fe en el Padre, va
conduciéndolos de una fe imperfecta a una fe más sólida. La fe de Jesús es
confiada, y lo manifiesta en la oración que dirige al Padre: “Te doy gracias,
Padre, porque me has escuchado. Yo sé que siempre me escuchas”. Jesús sabe que
el Padre está con él y no le defraudará, y manifiesta esta confianza aun antes
de que suceda el signo.
Las hermanas, en cambio, manifiestan una fe limitada y se lamentan de lo
mismo. Partiendo de esta fe deficiente, Jesús les conduce a una fe mayor.
Cuando le dice a Marta que su hermano resucitará, ella, según el sentir común,
piensa en algo que sucederá al final de los tiempos, pero Jesús le rompe todas
sus creencias revelándole que ésta es una experiencia ya presente y actuante en
él: “Yo soy la resurrección y la vida”. Le revela además que esta resurrección,
está ya presente y actuante en todos aquellos que crean en él: “El que cree en
mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para
siempre”. Entonces la obliga a dar un paso adelante en su fe: “¿Crees esto?”.
Ella asiente positivamente: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios, el que tenía que venir al mundo”. Al resucitar a Lázaro, Jesús revela
que “el don de Dios” desborda los cálculos humanos (se esperaba que lo curara,
no que lo resucitara), incluso cuando ya no hay esperanza (“Señor, huele mal,
ya lleva cuatro días muerto”), y anticipa el signo por excelencia de la
resurrección de Jesús. A todo el que confié en él, “Dios le ayuda” (esto es lo
que significa el nombre Lázaro). A todo discípulo que cree en Jesús, le sucede
lo que a Lázaro, no hay que esperar al final de los tiempos para resucitar. La
fe cristiana es un camino de vida y de esperanza en el que el Espíritu Santo,
desde el bautismo, nos identifica con Cristo que nos ha sacado de nuestras
tumbas para que vivamos ya ahora como resucitados.
ORACIÓN
Señor, necesitamos llevar una vida tan en el Espíritu que logremos
levantarnos y ayudar a otros a levantarse de sus muertes internas y
a tomar partido por ti. Que sintiéndonos tocados y amados, estemos
abiertos siempre a un proceso de conversión y a una vida nueva. Ayúdanos por
favor para que logremos resucitar en Ti. Oramos, damos gracias y bendecimos la
vida de Alberto Meza en su cumpleaños. Amén
“El ser humano
fue creado para la vida y Jesús se la garantiza más allá de la vida”
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