“LA
VIDA ES LA CERTEZA DE LA
RESURRECCIÓN”
PRIMERA
LECTURA
ROMANOS
14,7-12
“En
la vida y en la muerte somos del Señor”
Hermanos:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo. Si
vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y
en la muerte somos del Señor. Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor
de vivos y muertos. Tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? Y tú, ¿por qué desprecias
a tu hermano? Todos compareceremos ante el tribunal de Dios, porque está
escrito: "Por mi vida, dice el Señor, ante mí se doblará toda rodilla, a
mí me alabará toda lengua." Por eso, cada uno dará cuenta a Dios de sí mismo.
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
Pablo
pregunta: "¿por qué juzgas a tu hermano?". Es una buena pregunta, y
no deberíamos darla por respondida. De hecho, si no la respondemos a
conciencia, lo más probable es que creamos que nuestros motivos y nuestras motivaciones
al juzgar están correctas, y con ello por allá en la mente, seguiremos
juzgando, y juzgando mal. Así que preguntémonos por qué juzgamos.
Pero
antes hay que aclarar que no todos los juicios son iguales. Una cosa es tener
clara una opinión sobre lo bueno y lo malo y otra cosa es clasificar a las
personas en buenas y malas. Cuando la Biblia nos prohíbe juzgar va más en este
segundo sentido, como queda claro en lo que nos enseña Pablo: "cada uno de
nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios", de modo que lo errado
es eso de querer tomar el lugar de Dios.
Sin
embargo, es un hecho que hemos juzgado a muchas personas. ¿Por qué? ¿Qué bien
esperamos sacar de ello? Esa es una pregunta que puede orientarnos. Tal vez
queremos sentir que el bien está de nuestro lado, y por lo tanto que valen la
pena nuestros esfuerzos por ser "buenos". Tal vez queremos alejar de
nuestro pensamiento a la gente que sentimos como una "amenaza" para
nuestra integridad o nuestros bienes, para nuestra honra o nuestras personas
queridas. Tal vez porque nos atraen los bienes deleitables que vemos que
cometen los mismos que juzgamos: produciendo una condena "severa"
intentamos que no nos seduzcan los pecados que visiblemente disfrutan aquellos
que obran a su antojo. Tal vez, en fin, por halagar nuestro ego, ya sea como un
ejercicio de caricia a nosotros mismos, o como una exhibición de virtud que
esperamos que nos atraiga admiración y amistad de otros.
Estos
motivos para juzgar a las personas no van a desaparecer como por encanto
después de oír a san Pablo, pero reconocer cómo y por qué obramos puede
hacernos más sensibles a nuestra verdad profunda, que es lugar que Dios ama
para revelarnos también su propia verdad.
SALMO
RESPONSORIAL: 26
R.
/ Espero gozar de la dicha del Señor en el
país de la vida.
El
Señor es mi luz y mi salvación,
¿a
quién temeré?
El
Señor es la defensa de mi vida,
¿quién
me hará temblar? R.
Una
cosa pido al Señor,
eso
buscaré:
habitar
en la casa del Señor
por
los días de mi vida;
gozar
de la dulzura del Señor,
contemplando
su templo. R.
Espero
gozar de la dicha del Señor
en
el país de la vida.
Espera
en el Señor, sé valiente,
ten
ánimo, espera en el Señor. R.
OREMOS CON EL SALMO Y ACERQUÉMONOS A SU CONTEXTO
La presencia de Dios en el templo es
fuente de atracción constante y de alegría confiada.
La presencia de Dios entre los hombres
se hace definitiva a través de su Hijo Jesucristo, quien es la luz que ilumina
a todo hombre, Él puso su morada entre nosotros para hacernos participar de su
vida.
LECTURA
DEL EVANGELIO
LUCAS
15,1-10
“Habrá
alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”
En
aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a
escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: "Ése
acoge a los pecadores y come con ellos." Jesús les dijo esta parábola:
"Si uno de vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las
noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada hasta que la encuentra? Y,
cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar
a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: "¡Felicitadme!,
he encontrado la oveja que se me había perdido." Os digo que así también
habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por
noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
Y
si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara y
barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la
encuentra, reúne a las amigas y vecinas para decirles "¡Felicitadme!, he
encontrado la moneda que se me había perdido." Os digo que la misma alegría
habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta." Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
El
texto contiene dos parábolas que, junto a la del Padre misericordioso,
conforman una unidad. La dinámica del Reino es presentada a través de la misma
secuencia de acontecimientos. La totalidad (cien ovejas, 10 monedas…), la
pérdida, la búsqueda trabajosa, la alegría del reencuentro, compartir esa
alegría con otros y hacer fiesta. En las tres parábolas hay unos que esperan de
la gratuidad, sabiendo que no merecen el premio ni por mérito ni por derecho
propio, y otros que murmuran y reclaman juicio, premio y castigo.
El
movimiento del amor de Dios supera cualquier cálculo o intercambio posible. Va
más allá. Dios, como Padre-Madre de Bondad, busca desde el margen y se desvive
por quien está perdido, por el alejado. Sale a atraer y acoger, para salvar,
restituir y liberar.
En
la dinámica del Reino, la oveja perdida y esa moneda de poco valor son en
realidad el «tesoro» de Dios. Ser discípulos de la Palabra del Reino nos
compromete a ponernos al servicio de eso que el sistema considera despreciable,
“poca cosa”, “los que no cuentan”. Ellos son los preferidos de Dios.
ORACIÓN
Señor, nada ni nadie nos puede brindar
lo que tú nos ofreces, pues vemos que la mayoría de las propuestas de este
mundo actual, nos conduce a la muerte, a la pérdida del sentido de la vida y a
errar en la meta para la que hemos sido creados. Por eso te pedimos que no
permitas que decaigamos en la seguridad de la propuesta de tu Palabra y en la certeza de que no nos dejaras
apartar de tu amor, ese que nos mantiene vivos(as). Amén
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