Las lecturas de este domingo dirigen nuestra atención con resolución hacia el misterio del Mesías, nacido de la estirpe de David (primera lectura), en acuerdo con las Escrituras y para plenitud de ellas (segunda lectura), del vientre de María, la gran creyente (evangelio). El Señor está cerca pero hay que saber dónde buscarlo para poder encontrarlo. El mensaje de hoy es: búscalo cerca de Belén, cerca de la Escritura, cerca de María. Verás cómo nace en ti, en tu casa, en tu vida.
PRIMERA LECTURA
MIQUEAS 5,1-4ª
“De ti saldrá el jefe de Israel”
Así dice el Señor: "Pero tú, Belén
de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su
origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial. Los entrega hasta el tiempo
en que la madre dé a luz, y el resto de sus hermanos retornará a los hijos de
Israel. En pie, pastoreará con la fuerza del Señor, por el nombre glorioso del
Señor, su Dios. Habitarán tranquilos, porque se mostrará grande hasta los
confines de la tierra, y éste será nuestra paz." Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
Miqueas, de quien está tomada la primera lectura, vivió en el reinado de
Ezequías. Cuando el modesto profeta llegó a la corte, se encontró con Isaías,
de quien al parecer recibió influjo literario, aunque siempre conservó su
estilo personal. Miqueas atacó sobre todo a los poderosos que abusan del pobre
para robar y oprimir, a los jueces corrompidos, pero compuso también magníficos
poemas de salvación, entre los que sobresale la profecía sobre Belén. El Mesías
esperado nacerá en Belén, pequeña población de Judá y hará que los seres
humanos puedan vivir tranquilos y Él será nuestra paz.
SALMO RESPONSORIAL:
79
R./. ¡Oh Dios,
restáuranos; que brille tu rostro y nos salve!
Pastor de Israel, escucha,
tú que te sientas sobre querubines,
resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos. R.
Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo,
fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó,
y que tú hiciste vigorosa. R.
Que tu mano proteja a tu escogido,
al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti: danos vida,
para que invoquemos tu nombre. R.
OREMOS CON EL SALMO
Este Salmo es una súplica que toda la nación dirige al “Pastor de Israel”,
en un momento de grave calamidad. El lirismo que caracteriza a todo el poema
aparece con particular relieve en lo vs 9-12, donde Israel es presentado como
una “vid” que el Señor sacó de Egipto y plantó cuidadosamente en la Tierra
prometida. El recuerdo de aquella solicitud hace más angustiosa la situación
presente y confiere mayor intensidad a la súplica de toda la comunidad.
SEGUNDA LECTURA
HEBREOS 10,5-10
“Aquí estoy para hacer tu voluntad”
Hermanos: Cuando Cristo entró en el
mundo dijo: "Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has preparado
un cuerpo; no aceptas holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije lo
que está escrito en el libro: "Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu
voluntad." Primero dice: "No quieres ni aceptas sacrificios ni
ofrendas, holocaustos ni víctimas expiatorias", que se ofrecen según la
Ley. Después añade: "Aquí estoy yo para hacer tu voluntad." Niega lo
primero, para afirmar lo segundo. Y conforme a esa voluntad todos quedamos
santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha una vez para siempre.
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
La segunda lectura está tomada de la carta a los Hebreos. Supuestamente
Pablo compara la obra cultural de Cristo con la del Antiguo Testamento, y el
sacrificio de Cristo con los antiguos “sacrificios” religiosos. A través de
esta comparación se nos muestra con profundidad la naturaleza y finalidad de la
encarnación. El sacrificio de Cristo tiene lugar de una vez para siempre y no
consiste tanto en la inmolación de una víctima, cuanto en la comunión con el
Padre, a la que todos somos invitados. En lo sucesivo no habrá una religión de
ceremonias y de ritos, sino una religión “en Espíritu y en Verdad”. La voluntad
de Dios no ha sido la muerte del Hijo, sino el hacer partícipe a su Hijo de la
condición humana con el suficiente amor para que todo lo humano quedara
transformado. La sangre del Hijo, más que ofrenda para aplacar a un Dios
justiciero, es don a los seres humanos de un Dios lleno de amor. Nuestra
santificación consiste en vivir “en Espíritu y en Verdad” esa amistad con Dios.
Aquí radica la esencia del Espíritu religioso.
LECTURA DEL EVANGELIO
LUCAS 1,39-45
“¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi
Señor?”
En aquellos días, María se puso en
camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la
criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en
grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién
soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis
oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído,
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá." Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
Acercarse a celebrar el nacimiento de Jesús conlleva recordar la
condición de mujer y la fe de María. El episodio llamado de la visitación, del
evangelio de Lucas nos relata el encuentro de dos mujeres madres. María, la
galilea, va a Judá, la región en la que un día el hijo que lleva dentro de ella
será rechazado y condenado a muerte (Lc 1,39). Ante el saludo de la joven, el
niño que Isabel está a punto de dar a luz “salta de gozo” (vv. 41 y 44). La
madre alude poco después a lo que siente dentro de sí; se trata de la alegría
del niño –el futuro Juan Bautista- alrededor de quien habían girado hasta el
momento los acontecimientos narrados en este primer capítulo de Lucas. Juan
cede ahora el paso a Jesús. El gozo es la primera respuesta a la venida del
Mesías. Experimentar alegría porque nos sabemos amados por Dios es prepararnos
para la navidad. Isabel pronuncia entonces una doble bendición. Como ocurre
siempre en manifestaciones importantes, Lucas subraya que lo hace “llena del
Espíritu Santo” (v. 41). María es declarada “Bendita entre las mujeres”(v. 42),
su condición de mujer es destacada; en tanto que tal es considerada amada y
privilegiada por Dios. Esto es ratificado por el segundo motivo del elogio:
“Bendito el fruto de tu vientre” (v.42). Este fruto es Jesús, pero el texto
subraya el hecho de que por ahora está en el cuerpo de una mujer, en sus
entrañas, tejido de su tejido. El cuerpo de María se convierte así en el arca
santa donde se alberga el Espíritu y manifiesta la grandeza de su condición
femenina. En su visitante, Isabel reconoce a la “madre del Señor” (v 43),
aquella que dará a luz a quien debe liberar a su pueblo, según lo anunciaba el
profeta Miqueas (5,2-5).
Bendecir (bene-dícere) significa hablar bien, ensalzar,
glorificar. Con anterioridad al nacimiento de Jesús, aparecen en los evangelios
bendiciones por parte de Zacarías, Simeón, Isabel y María. Todos bendicen a
Dios por lo que hace. Pero, al mismo tiempo, Jesús bendice a los niños, a los
enfermos, a los discípulos, al Padre. Toda bendición va dirigida a Dios. La
oración de bendición es, sobre todo, alabanza de acción de gracias. Pero
también la bendición se extiende a todas las criaturas incluso a las
inanimadas: ramos, ceniza, pan y vino. Son bienaventurados los santos y
especialmente “bendita” es María, la madre de Jesús. El Espíritu Santo ayuda a
Isabel a pronunciar una bendición: “¡Bendita eres entre todas las mujeres y
bendito sea el fruto de tu vientre!”. Desde entonces, millones de veces lo
hemos dicho todos los cristianos en el “Ave María”. Son benditos,
bienaventurados o dichosos los que creen en Dios, los que practican la Palabra,
los que dan frutos, los pobres con los que se identifica Jesús. María creyó.
Ésta fue su grandeza y el fundamento de su felicidad: su fe. María se convierte
en maestra de la fe, aceptando cuanto se le anuncia de parte de Dios aunque
ella no se pudiera explicar el modo como se realizaría aquel plan. Toda la vida
de María se fundamenta en su fe, en la adhesión que ha prestado desde el primer
momento a la revelación que llegó hasta ella.
ORACIÓN
Señor Jesús, que naciste y vives en María, ven a vivir en este día en cada uno de nosotros, con tu Espíritu de santidad, con la plenitud de tu poder misericordioso, con la perfección de tus caminos, con la fuerza de tus virtudes, con la participación de tu sabiduría. Por la acción y fuerza de tu Espíritu Santo triunfa den cada una de las áreas de nuestra vida que están débiles y quizás en derrota. Amén.
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