“ACOGIDA Y SOLIDARIDAD
CON LOS(AS) ENVIADOS(AS)”
PRIMERA
LECTURA
2REYES 4, 8-11. 14-16ª
“Ese hombre de Dios es un santo, se quedará aquí”
Un día
pasaba Eliseo por Sunam y una mujer rica lo invitó con insistencia a comer. Y,
siempre que pasaba por allí, iba a comer a su casa. Ella dijo a su marido:
"Me consta que ese hombre de Dios es un santo; con frecuencia pasa por
nuestra casa. Vamos a prepararle una habitación pequeña, cerrada, en el piso
superior; le ponemos allí una cama, una mesa, una silla y un candil, y así,
cuando venga a visitarnos, se quedará aquí." Un día llegó allí, entró en
la habitación y se acostó. Dijo a su criado Guejazi: "¿Qué podríamos hacer
por ella?" Guejazi comentó: "Qué sé yo. No tiene hijos, y su marido
es viejo." Eliseo dijo: "Llámala." La llamó. Ella se quedó junto
a la puerta, y Eliseo le dijo: "El año que viene, por estas fechas,
abrazarás a un hijo." Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
A veces
nos preguntamos cómo se puede practicar hoy esta hospitalidad. Por una parte, y
por lo menos en muchos países y ciudades, el necesitado puede contar con algún
tipo de soporte mínimo, a lo menos algo que le impida morir de sed, hambre o frío.
Por otra parte, las condiciones de muchos de los mendigos actuales es diferente
de la de sus antecesores en tiempos bíblicos o en culturas distintas. Hay
mendigos adictos a las drogas, alcohólicos, trastornados mentales, delincuentes
en fuga, o simplemente gente que juega con la compasión de otros para buscar
dinero u otras cosas. Estos temores, unidos al egoísmo e individualismo típicos
de las ciudades, hacen que no encontremos caminos fáciles para la hospitalidad.
Hay cosas que pueden hacerse, sin embargo. En un país como Irlanda hay
albergues para mendigos y hay personas que donan de su tiempo para ayudar a los
que no tienen un techo, por ejemplo, sirviéndoles los alimentos. Lo hacen de
manera voluntaria y caritativa, sin poner en peligro sus vidas ni sus propios
hogares. En algunos lugares de Colombia han surgido iniciativas de dar algo de
alimento a los habitantes de las calles. Puede parecer poco, dar simplemente un
tazón de sopa caliente, pero para centenares de personas, ese es el único gesto
de amor que reciben cada semana durante años. Otro enfoque es ampliar lo que
significa acoger. Decíamos que en los lugares y tiempos de los desiertos no
recibir al peregrino equivalía a condenarlo a muerte. Otro tanto se puede decir
desde el punto de vista emocional. Mucha gente tiene buena provisión de
alimento y bebida, e incluso comodidades materiales, pero no tiene la sensación
de importarle a nadie. Es sintomático que en la Europa de hoy muere ya más
gente por suicidio que en accidentes. Esos que se arrojan al abrazo de la
muerte quizá estuvieron esperando demasiado tiempo que alguien les diera un
abrazo de vida.
SALMO
RESPONSORIAL: 88
R. / Cantaré eternamente las misericordias del
Señor.
Cantaré
eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré
tu fidelidad por todas las edades.
Porque
dije: "Tu misericordia es un edificio eterno,
más que
el cielo has afianzado tu fidelidad." R.
Dichoso
el pueblo que sabe aclamarte:
camina,
oh Señor, a la luz de tu rostro;
tu
nombre es su gozo cada día,
tu
justicia es su orgullo. R.
Porque
tú eres su honor y su fuerza,
y con
tu favor realzas nuestro poder.
Porque
el Señor es nuestro escudo,
y el
Santo de Israel nuestro rey. R.
OREMOS
CON EL SALMO
La evocación de las promesas hechas por el Señor a David - que constituye
la parte central de este magnífico poema- sirve de base a la súplica por el
rey, en un momento de grave humillación para la dinastía davídica. Con esta
visión global del Salmo, es fácil percibir la conexión entre sus diversas
partes. El breve preludio (v. 2) -seguido de una alusión a la alianza davídica
(vs. 3-5) y de un himno al Creador (vs. 6-19)- introduce un oráculo divino (vs.
20-38), que anuncia los privilegios de David y su dinastía-. La situación que
describen los versículos siguientes (39-46) es el reverso de esas antiguas
promesas, y por eso el rey suplica al Señor que vuelva a manifestarle su amor y
su fidelidad (vs. 47-52).
SEGUNDA
LECTURA
ROMANOS 6,3-4.8-11
“Por el bautismo fuimos sepultados con él en la
muerte, para que andemos en una vida nueva”
Hermanos:
Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su
muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así
como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en una vida nueva. Por tanto, si hemos muerto con
Cristo, creemos que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez
resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio
sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su
vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y
vivos para Dios en Cristo Jesús. Palabra del Señor
REFLEXIÓN
Pablo simboliza muy bien la radicalidad del amor
cristiano mediante la comparación entre la muerte y la inmersión bautismal. Ser
cristiano es morir a todos los apegos irracionales hacia la propia familia,
raza o nación, incluso es morir hacia un apego desordenado hacia sí mismo. La
novedad cristiana se manifiesta en esa transformación sustancial de las
relaciones humanas, en la resurrección a una vida nueva llena de afectos,
proyectos y estilos de vida completamente volcados hacia la humanidad sufriente
y marginada. Con Cristo morimos a una humanidad caduca y sin esperanza para
resucitar en una nueva humanidad libre y generosa en la que el límite es el
cielo, donde no hay límite. Como cristianos debemos someter los férreos lazos
de nuestros afectos al evangelio para liberarnos de aquellos que nos atan al
viejo mundo y fortalecer aquellos que nos llevan hacia el Reino.
LECTURA
DEL EVANGELIO
MATEO 10,37-42
“El
que no coge su cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros me recibe a
mí”
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: "El que quiere a su padre o a su
madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más
que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de
mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la
encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe,
recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta
tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga
de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a
uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os
lo aseguro." Palabra del Señor
REFLEXIÓN
Tanto
la primera lectura como el evangelio hacen énfasis en un punto adicional. No se
habla sólo de hospitalidad sino de recibir "a un hombre de Dios,"
según la lectura del Segundo Libro de los Reyes, o recibir "a un profeta
porque es profeta," según las palabras de Cristo en el evangelio. Esa
expresión que usa Jesús es particularmente significativa. Recibir al profeta
"porque es profeta" es aceptar su profecía, es decir, es acoger al
Dios que habla a través de un instrumento que en sí mismo es imperfecto. La
hospitalidad aquí ya no es sólo caridad sino sobre todo fe: una fe que hace
que, al recibir al mensajero de Dios, sea Dios mismos quien nos reciba.
Y ahora hablemos además sobre la cruz, las exigencias
de la cruz cambian para cada generación de creyentes. En la época de Jesús
existía la amenaza inminente de la muerte ignominiosa, bien fuera por la cruz,
la espada o la lapidación. Los cristianos eran vistos como una amenaza para el
imperio y, con frecuencia, se les acusaba falsamente. Con el tiempo, la pena
capital fue cambiando de modalidad y sus cuerpos fueron quemados en locales
públicos, o arrojados a toda clase de
fieras. Todos estos intentos de bloquear, anular o eliminar la novedad del
evangelio fueron vanos porque la fuerza del cristianismo radica en la cruz de
Cristo.
Los cristianos de los primeros siglos no anunciaban
religiones de salvación, ni sanaciones individuales ni ritos de purificación. Anunciaban
la universalización de la obra
salvadora. Anunciar a un Mesías crucificado era, y es, ir en contra de todos
los parámetros sociales, de las buenas costumbres e, incluso, de los preceptos
de la religión. Ellos anunciaban como redentor a uno que el sistema lo había
proscrito, condenado y sentenciado al escarnio público. El anuncio de un Mesías
Crucificado era, en realidad, una denuncia vehemente de un sistema de
creencias, valores e instituciones que habían hecho de la violencia, la mentira
y la opresión los valores indiscutibles de la organización social. Cuando Mateo
nos dice que quien ama más a sus parientes que a Jesús no es digno de él, nos
revela un problema de su comunidad, la estima desmesurada por los de su propia
sangre. Un afecto que fácilmente se convierte en apego paralizante. Pero el
proyecto de Jesús pide más: pide un amor enfocado hacia el prójimo, un amor que
supere los lazos de sangre, el parentesco y la raza. Un amor como el que Dios
nos tiene y que en griego se llama ágape.
El cristiano que no sea capaz de trascender los estrechos límites de la
familia, de la raza o de la nación, no está habilitado para experimentar y dar
el amor solidario que propone el evangelio. Y por esa misma razón, el amor a
Jesús no se reduce a la pura dimensión íntima, individual y privada. Amar a
Jesús es amar lo que él amó, su proyecto, su ideal, su Utopía, el «Reinado de
Dios», como él acostumbró a llamarla, con las palabras tradicionales de los
profetas. Amar a Jesús es amar a las personas que él amó: pobres, marginados,
excluidos, enfermos, abatidos, endemoniados, extranjeros. El amor de Jesús era
tan grande que llegó a amar incluso a aquellos que se declararon sus enemigos.
Un amor que hoy nos puede parecer desorbitado, desnaturalizado, extremo, pero
que para nuestra dicha y quebranto es el amor con el que Dios nos ama. Un amor
sin el cual no podemos llamarnos discípulos de Jesús.
ORACIÓN
Buen Señor,
concédenos una amor claro, decidido y comprometido por ti, de manera que te
pongamos siempre como el valor fundamental de nuestra vida y déjanos ser
mensajeros alegres de tu presencia y de tu acción misericordiosa por medio de
nuestro actuar, nuestro testimonio de vida y servicio a los hermanos. Amén
“Quien recibe a los enviados de Dios con generosidad, recibe mil veces más”
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