martes, 1 de enero de 2013

Miércoles 30 de Enero de 2013



“HEMOS SIDO SANTIFICADOS Y PERFECCIONADOS”

PRIMERA LECTURA
HEBREOS 10,11-18
Ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados
Hermanos: Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: "Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días -dice el Señor-: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente"; añade: "Y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes." Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.

REFLEXIÓN
Tal vez la palabra que brilla con más fuerza en la primera lectura de hoy es PERDÓN. Hoy el Señor nos está enseñando que el perdón es real, es eficaz, es cercano, pero sobre todo: es posible.
Y es perfecta la comparación que nos da la Carta a los Hebreos: los sacrificios siempre repetidos son como intentos y más intentos de un perdón que nunca llega de veras. El sacrificio de Cristo es el sacrificio que no se repite, el que es eficaz, el que sí perdona.
La lectura de  Hebreos nos habla del sacrificio definitivo de Jesucristo. No es un sacrificio que haya que repetir diariamente, es un sacrificio que ha sucedido una sola vez y para siempre. Y aunque nosotros celebramos la Eucaristía diariamente, esto no significa que nosotros estemos propiamente repitiendo el sacrificio de Cristo.
Porque cuando los sacerdotes oficiaban en el Templo de Jerusalén, cada día  buscaban una víctima distinta, por ejemplo, un cordero o un cabrito, en el rebaño del pueblo.  Pero el rebaño de Dios es distinto, es un rebaño que sólo tiene a un Cordero, que por eso se llama el Cordero de Dios; Dios sólo tenía un Cordero, su Hijo, ese Cordero lo dio Dios para que se ofreciera una vez y para siempre.
Nosotros en la Eucaristía,  propiamente no repetimos el sacrificio, sino que cada día nos unimos, por la fuerza y la acción del Espíritu Santo, al único y definitivo sacrificio de Cristo, a la única y definitiva ofrenda de su amor. Por decirlo de alguna manera: Dios, dándonos a su Hijo, dándonos al Cordero que es todo su rebaño, Dios ha quedado como vacío, Dios ha quedado como pobre, Dios se ha despojado de sí mismo.
Acudamos entonces a este Cordero, acerquémonos en la Eucaristía a este Amor infinito. No hay que pedirle  pruebas a Dios, ni hay que esperar más revelaciones; nunca Dios va a decir algo más alto, más profundo, más ancho, más hermoso, más rico, más salvador, más saludable, que lo que nos dice el sacrificio único y verdadero de Jesucristo.

SALMO RESPONSORIAL : 109
R/Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec.
Oráculo del Señor a mi Señor:
"Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies." R.
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos. R.
"Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora." R.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
"Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec." R.

LECTURA DEL EVANGELIO
MARCOS 4,1-20
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla. Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar: "Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno." Y añadió: "El que tenga oídos para oír, que oiga."
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas. Él les dijo: "A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que "por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen.""
Y añadió: "¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno."

REFLEXIÓN
Por eso esta parábola era perfectamente comprensible para sus oyentes. En la Palestina del siglo I había una manera muy particular de sembrar. Se preparaba el terreno, se esparcía la semilla y luego se araba para enterrar la semilla. Jesús aprovecha esta experiencia de los campesinos para explicar la eficacia de la Palabra. La semilla es de buena calidad, pero el terreno es el que permite que  germine o no. El terreno puede ser seco, pedregoso, arenoso, con espinas o fértil. El corazón del ser humano puede representar estos estados de aridez, sequedad, superficialidad, emotividad o profundidad y solidez. La calidad de la cosecha de la Palabra depende de la clase de terreno que tengamos. ¿Cómo anda nuestro “terreno interior” para recibir la semilla del Reino? ¿Será que damos frutos de fraternidad, solidaridad y justicia en nuestra comunidad, nuestra semilla en verdad da fruto?

ORACIÓN
Señor a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, has querido comunicarnos los secretos del Reino, pero, aun así, muchos no vemos ni oímos. Tu palabra se nos da todos los días como alimento vivo, pero nuestro corazón muchas veces no está preparado para recibirla y se pierde entre las piedras, las zarzas o al borde del camino. Señor haznos amantes de tu Palabra y sembradores(as) de la Buena Nueva. Amén.    

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